Nuestro cerebro es una CPU perfecta, desde la que se procesa mucha información y a una velocidad increíble. Algunos estudios se atreven a fijar la capacidad de almacenamiento del mismo entre los diez y los cien terabytes. Otros estudios más recientes, han manifestado ser más optimistas, elevando la cantidad a un pentabyte, o sea, mil terabytes.

Hablar de estas cifras, al igual que hablar de la velocidad de procesamiento de nuestro cerebro, que se estima ronda un promedio de un kilohercio por neurona, nos deja estupefactos porque desde nuestro sentir, desde nuestra realidad vital y nuestra experiencia de ser y estar, no detectamos que se produzcan estos procesos.

Y es que el cuerpo humano encierra muchos misterios que todavía anhelamos descubrir.

¿Qué es la memoria y dónde se almacena?

Muchas personas viven bajo la creencia que la memoria se localiza en una sola parte del cerebro y que si esa parte se daña, la perdemos en proporción a su afectación. Sin embargo, y afortunadamente, no es así. Existen diferentes partes del cerebro desde las que se controla el recuerdo, es decir, que trabajan sobre la memoria.

Por ejemplo, la memoria a corto y largo plazo se controla desde los lóbulos temporales, situados detrás de los ojos, pero no sólo eso, en esta parte del cerebro se procesa el aprendizaje del lenguaje y la estabilidad de nuestro estado emocional. Si os fijáis, cuando nos duele la cabeza y el dolor se sitúa detrás de los ojos nos cuesta más recordar la inmediatez, determinadas palabras e incluso datos que hace tiempo que aprendimos.

La famosa frase “lo tengo en la punta de la lengua pero no recuerdo cómo se llama”, es muy característica en momentos en los que nos sentimos saturados emocionalmente, y eso es porque esta zona, los lóbulos temporales, pueden hallarse inflamados o no estar teniendo un rendimiento adecuado.

El lóbulo temporal, por tanto, es el que se encarga de la memoria semántica o de significado.

Cuando esta zona queda dañada lo detectamos porque se produce también una alteración en la memoria visual.

El lóbulo frontal, sin embargo, se encarga del control de impulsos, la memoria funcional y las funciones motoras. Las personas que tienen afectada este área reproducen numerosos tics, entre otros síntomas, que pueden llegar a afectar de forma notable su experiencia relacional con el entorno.

En el lóbulo parietal se procesa la información sensorial, pero también la memoria numérica o abstracta e incluso interviene sobre las órdenes que van dirigidas a la manipulación de objetos. El hipocampo trabaja sobre la memoria a largo plazo y la información acerca de la interpretación espacial y el lóbulo occipital es el que procesa nuestra capacidad de ver e interpretar lo que vemos.

Vamos a fijarnos en determinados efectos que nos producen algunos dolores de cabeza, sean producidos por procesos migrañosos o cefaleas. Cuando el dolor se sitúa en la zona occipital, si os fijáis, nos cuesta entender qué sucede a nuestro alrededor, somos incapaces de concentrarnos y fijar la atención de forma activa para el aprendizaje.

Si nos esforzamos en realizar esos procesos, la respuesta sintomática suele ser ganas de vomitar, angustia, incluso vértigo. Y es que si queremos forzar al cerebro a que procese una serie de información que se gestiona desde esa parte del cerebro y ésta está inflamada, nos dirá “¡eyy, para que no puedo!”

Para que nuestro cerebro funcione bien y se dañe lo menos posible es cuestión de ser disciplinados en su mantenimiento. Al igual que quienes necesitan su ordenador para trabajar han de cuidarlo y procurar que esté limpio de virus y de cualquier archivo que obstaculice su rendimiento, nuestro cerebro requiere lo mismo. Es importante no infectarlo con “virus”, o sea, con sustancias tóxicas que no pueda eliminar sin que queden daños y mantener abiertas tan sólo las ventanas que necesitamos en ese momento, estructurar y almacenar bien la información y eliminar la que no es necesaria y sólo resta espacio.

Desde luego, juega en nuestro cerebro la calidad del descanso, cómo enfocamos nuestro pensamiento, pero también, la Nutrición.

Al fin y al cabo es una máquina orgánica que necesita alimentarse para producir energía. Los nutrientes junto con el oxígeno son su carburante, así que descuidar qué carburante le damos a nuestra increíble y misteriosa CPU es importante.

A lo largo de la historia, el ser humano ha ido detectando que existen una serie de alimentos en la naturaleza que actúan sobre la química de nuestro cerebro de forma muy positiva.

Las nueces por ejemplo son un gran aliado. No se trata de comer kilos de nueces para que nuestro cerebro se mantenga ágil y joven, basta con dos o tres nueces diarias para mimarlo y que nos responda con agradecimiento.

Las nueces contienen polifenoles, que ayudan a prevenir el estrés oxidativo y a mejorar las capacidades cognitivas.

Otro alimento que es considerado casi milagroso es la Maca. Esta aumenta la circulación cerebral, pero cuidado que en exceso, puede ser contraproducente. El espino blanco también interviene en la circulación sanguínea, y lo mismo que ocurre con la Maca, no es aconsejable abusar de su ingesta. Como toda raíz, se puede infusionar o rallar y consumir mezclada entre otros alimentos.

Cualquier antioxidante, en especial los cítricos, ayudan a mantener sanas las zonas del cerebro que intervienen en el proceso de la memoria. Los antioxidantes son esenciales en nuestra alimentación ya que evitan el envejecimiento o muerte prematura de las células de nuestro cuerpo.

Podría continuar enumerando alimentos que contribuyen a un buen mantenimiento de este poderosos hardware orgánico, y desde luego es importante tenerlos en cuenta, sin embargo, lo que sí es esencial es tomar consciencia de lo imprescindible que resulta cuidar su buen funcionamiento, sobre todo, integrando en nuestro día a día rutinas que sean saludables, empezando por mantener una actitud positiva frente a la vida.