No es fácil dejar atrás la adolescencia (léase, la inmadurez) cuando entramos en los 20 años (te dan rabietas cuando las cosas no te salen como quieres, culpas a otros por tus problemas, etc.). Pero a todas nos llega el momento de asumir la responsabilidad de nuestras conductas, elecciones y comportamientos; es decir, la hora de ser adultas… y dicen que es así como se empieza:

Cuídate

Debes ser responsable: no esperes que el destino, tus padres o tú caballero andante lo hagan por ti.

Toma riendas de todo lo que concierne a tu persona: desde la salud (come bien, haz ejercicio, ve al médico regularmente) hasta las finanzas (consulta con un asesor financiero y comienza a ahorrar). Cumple con tus compromisos, responde por tus acciones, se confiable y puntual y usa tu cabeza.

Haz lo correcto

Antes de tomar cualquier decisión, examina lo que te dicen tu corazón y tu consciencia. ¿Podrías lastimar a alguien (incluyéndote a ti)? ¿Es justa tu resolución? ¿Cómo te sentirías si te hicieran lo mismo? ¿Cómo te sentirías después? ¿Qué pensaran las personas a las que amas y respetas?

Controla tus emociones

Tus emociones son parte de ti, pero es importante que aprendas a canalizarlas positivamente. Ponerte a la defensiva, ser terca y actuar por impulso son comportamientos arraigados a la niñez. Un adulto no pierde la calma, es centrado, escucha y sabe negociar. Incluso ante el adversario más difícil, sonreír como si nada sucediera es la mejor venganza.

Acepta la crítica

Se objetiva y entenderás que hay detrás de la observación que te hace una persona. La crítica constructiva puede ser un gran regalo si sabes manejarla graciosa y constructivamente, y si la usas para crecer y aprender. Reconocer tus errores y debilidades te permite transformarlos y ayudarte a madurar. Antes de hacer un comentario, asegúrate de que no lo estas usando como un mecanismo de defensas infantil para no aceptar la responsabilidad por alguna debilidad tuya.

Se flexible

Creer que si las cosas no se hacen como tú quieres están mal, es otro comportamiento que arrastramos de la niñez: si no estás de acuerdo conmigo y no haces las cosas a mi manera, entonces tengo el derecho a enojarme. Desarrolla tu sentido de compasión y empatía, esa capacidad que tenemos de ponernos en los zapatos del otro.

No guardes rencor

Guardar rencor es peor que ser infantil. Es destructivo, y no tanto para los demás como lo es para ti misma. Es una forma de controlar las situaciones negativas a través del enojo. Y lo peor es que el rencor te distancia de tal forma de la realidad, que no trabajas con la verdadera causa del problema, quitándote más ganas de energía y paz mental ¡madura y déjalo ir!