La Pascua es una fiesta de alegría profunda y sobrenatural. Es la celebración principal del calendario católico. Así que, a una semana del acontecimiento anual, el papa Francisco ha lanzado un vibrante mensaje de advertencia: no se debe blindar el corazón, hay que gritar y vivir la fe con alegría. Es lo que advirtió a inicios de la cuaresma. Ahora lo recuerda y profundiza.
Fue con motivo de la homilía del domingo de Ramos. Es el domingo anterior a Pascua, y recuerda cómo Jesús entra en Jerusalén en un ambiente de fiesta y enardecimiento, por parte de sus discípulos.
Un mensaje directo a los jóvenes y su inconformismo
Especialmente, tuvo palabras de ánimo para los jóvenes, recordando el pasaje evangélico donde se dice que si los jóvenes callan hablarán las piedras. Con este recuerdo, el papa se dirigió frontalmente a los protagonistas, pidiéndoles que no se callen, que griten ante las maldades de los adultos, que tomen posición, que no esperen a que lo hagan otros.
“Decídanse antes de que griten las piedras”, les pidió.
Francisco les animó a que sigan su natural impulso de inconformismo, no por rebeldía vacua, sino para recordar al mundo, y a sí mismos, qué es lo válido y verdadero, qué y quién es el que realmente salva al mundo y le concede un nuevo aire de esperanza, amor y acción.
La tentación es acallar la voz de los jóvenes, por miedo al qué dirán, por temor a que nos recuerden nuestra responsabilidad. Sin embargo, si todos callan, si la voz juvenil se pierde, corremos el peligro de perder la alegría. Y el mundo ya no será el mismo, ni mejor. El obispo de Roma fue claro al decir que los adultos y responsables del mundo pueden ser, y son, muchas veces corruptos.
Contra este mal ofreció la fe en Cristo sufriente y resucitado, además de la alegría juvenil de quien ve el mundo con otra perspectiva, que no sea meramente utilitarista.
Como en tiempos de Cristo, sucede ahora
Al inicio de su homilía, fue definiendo como dos columnas de acciones y sentimientos, explorando el mundo interior y las manifestaciones de quienes estaban cerca de Jesús en sus últimos días de vida terrena.
Es así como se comprende la algarabía y la fiesta por la entrada triunfal de Cristo en la ciudad santa de Jerusalén y, al poco, se pide su cabeza. No es solo la manipulación de los poderosos, sino la debilidad del corazón. La experiencia nos lo dice y el papa lo recordó: somos capaces de las mayores entregas, pero también de las grandes destrucciones.
Y lo que pasó entonces es lo que sucede hoy. En continuidad con el Mensaje para la Cuaresma, Francisco recuerda que, si el mal impera, el corazón se endurece, el amor se enfría, la humanidad se pierde. La presencia de Jesús ofrece una nueva oportunidad de dar vida a ese corazón, de llenarlo de alegría.