La palabra Estigma tiene varias connotaciones dependiendo del momento histórico y del contexto en el que se enmarque.
En un contexto religioso es una marca sobrenatural que aparece en el cuerpo de algunos santos o personas muy cercanas a Dios como signo de su participación en la pasión de Jesús. En la Edad Media no eran marcas espontáneas, sino las infligidas en algunas personas que habían sido objeto de injurias o calumnias, normalmente con instrumentos candentes y en lugares visibles para que todos pudieran reconocer a los estigmatizados.
En la actualidad, el estigma tiene su causa en el diagnóstico de determinadas enfermedades, como las enfermedades mentales, objeto de este artículo, aunque también de otras consideradas socialmente reprobables como por ejemplo el SIDA, entre otras.
En los modelos psicosociales, el estigma se manifiesta en tres aspectos del comportamiento social: los estereotipos, los prejuicios y la discriminación.
Los estereotipos se ponen en relación con el conocimiento de las normas sociales generalmente aceptadas en un determinado grupo o entorno cultural.
Cuando estos estereotipos son establecidos en contra de la norma, de lo aceptado, entonces provocan reacciones emocionales negativas contra aquellos a los que van dirigidos. Entonces es cuando aparecen los prejuicios, que se ponen de manifiesto en forma de actitudes y valoraciones.
La discriminación aparece cuando estas actitudes y valoraciones dan lugar a comportamientos de segregación efectiva de los estigmatizados.
Ámbitos y repercusiones
El estigma de la enfermedad mental afecta principalmente al propio afectado por la enfermedad, pero también de manera muy relevante a su familia, entorno y profesionales sanitarios.
Se han realizado numerosos estudios sobre este tema, que es de una gran complejidad y del que tiende a no hablarse demasiado.
Un estudio de la Universidad Complutense de Madrid señala que el estigma varía según factores como:
- La edad: a mayor edad, menor estigma
- El nivel de conocimiento: a menor nivel de conocimiento menor estigma
- El lugar de residencia: en pueblos o localidades pequeñas el grado de estigmatización es mayor que en las grandes ciudades, donde en términos generales las relaciones entre las personas suelen ser más distanciadas y anónimas.
Uno de los prejuicios más extendidos es el de la agresividad, especialmente relacionada con enfermedades mentales graves, como la psicosis o la esquizofrenia.
En este sentido cabe señalar un desconocimiento respecto a lo que son estas enfermedades y la experiencia real del que las padece. Esta desinformación llega incluso a confundir enfermedad mental con retraso mental.
Este estereotipo viene a establecer la creencia de que la persona con enfermedad mental es violenta, y es violenta porque tiene una enfermedad mental.
Esta creencia no tiene ninguna base sólida teniendo en cuenta que hay conductas violentas en personas con o sin enfermedad mental. Además, la mayoría de las personas diagnosticadas no solo no son violentas, sino que tienden al retraimiento y al aislamiento, con lo que se crea un círculo que viene a perpetuar el propio estigma.
Procuran, lógicamente, evitar las reacciones de rechazo y discriminación, que se producen en el ámbito laboral, y este aspecto es especialmente importante a nivel social porque les priva de poder tener una vida independiente y un reconocimiento e identidad social.
Son factores que tampoco ayudan a tener relaciones sociales normalizadas.
Llama la atención que la disfunción social y laboral sea catalogada como síntoma de enfermedades con esquizofrenia en el Manual de Diagnóstico de los Trastornos Mentales (DSM), cuando desde este punto de vista, parece más bien una consecuencia “a posteriori”, por otra parte bastante comprensible para cualquiera que sepa lo que es estar etiquetado de “loco” en nuestra sociedad.
En este sentido se habla de auto-estigma, porque los aquejados de enfermedad mental suelen ser conscientes de la reacción que va a provocar en su entorno el conocimiento de este hecho, con lo cual tienden a ocultarlo, así como sus familias, por los sentimientos de vergüenza y culpabilidad que les genera.
Y es que muchas veces se atribuye, también erróneamente, la causa de la esquizofrenia en una educación inadecuada, o incluso a factores genéticos, lo que tampoco está científicamente probado.
Con todo ello, se ven privados de ayuda profesional y sólo consiguen aumentar su sufrimiento por la incapacidad de superar la situación por sí solos. Por el contrario, los que acuden a profesionales de la salud mental, obtienen el diagnóstico, y, junto con él, la etiqueta y el estigma asociados. A no ser que lo mantengan en secreto, claro.
De lo contrario sufren discriminación entre sus amigos, vecinos y familiares cercanos, debido al desconocimiento de la enfermedad y tienden a apartarse de los que la padecen, debido al miedo a la aparición de esas conductas agresivas, sumadas al factor de la imprevisibilidad, otro de los estereotipos más extendidos.
La enfermedad mental en el cine y los medios de comunicación
Son tantas las películas y series de televisión sobre criminales asesinos que presentan como rasgo fundamental el tener una enfermedad mental, que me sería aburrido y demasiado largo enumerarlas todas.
Basten como unos pocos ejemplos la inevitable “Psicosis” de Alfred Hitchcock, y otras como “El resplandor”, “Instinto”, “American Psyco” “Dexter”, etc.
Películas que hacen de la psicopatología su hilo argumental cargando al “enfermo” con todos los estereotipos negativos, especialmente el de la agresividad, y además, criminalizándolo.
Parece que la percepción que crean en el público estos filmes y series no ayuda precisamente a mejorar el conocimiento de las enfermedades mentales ni a mitigar el estigma social que conllevan.
Los medios de comunicación, por su parte, en las noticias de sucesos, siempre aportan el dato de que el “presunto” tenía tal o cual antecedente de o enfermedad mental (o psíquica, debo añadir) ¿Y qué? Pocas veces o, la verdad, en este momento no recuerdo haber leído o escuchado ningún caso en que se haga referencia a la existencia de cualquier otra enfermedad.
Los espectadores o lectores asocian las conductas criminales con personas con enfermedad mental y esto no, no ayuda a dar una visión ponderada ni realista sino que genera actitudes negativas respecto a ellas.
Es más, el estigma arraigado y la discriminación subsecuente hacen que las personas con trastorno mental tengan mayor riesgo de ser víctimas de violencia que de perpetrarla.
Se habla muy poco de este tema desde un punto de vista “serio”. Tal vez los medios de comunicación en especial, podrían contribuir con programas informativos o reportajes en los que intervinieran profesionales y pacientes para dar una visión que ayudara a cambiar esa percepción tan negativa que el público recibe.
Es una gran oportunidad para contribuir a cambiar esa percepción, y a hacer que los enfermos mentales no se sientan tan solos, rechazados, incomprendidos, y desesperados.