Es curioso constatar que por mucho que uno busque una definición que explique lo que es la esquizofrenia, ya sea en los profesionales de la Psiquiatría o en libros especializados, le resulte completamente imposible obtener ninguna respuesta ¡Existe un vacío total!

Como mucho, se puede recurrir a la etimología de la palabra, que es un neologismo acuñado por el psiquiatra suizo Eugen Bleuler en 1912 y que proviene del griego, pudiendo traducirse como “mente dividida”, lo cual, en sí mismo, no aporta demasiado a clarificar el concepto.

Está considerada como una enfermedad mental grave en el Manual de Diagnóstico de los Trastornos Mentales (DSM), generalmente aceptado como la Biblia dentro de la psiquiatría moderna.

En ausencia, como ya se ha dicho, de definición ninguna, el DSM pasa a caracterizar la esquizofrenia en base a una serie de síntomas.

Los teóricos han dividido estos síntomas en activos y pasivos. En resumen:

Los síntomas activos son ideas delirantes, alucinaciones (auditivas, corporales, visuales) y lenguaje o comportamientos desorganizados.

Entre los síntomas pasivos destacan el aplanamiento afectivo (es decir, no mostrar la reacción emocional adecuada frente a determinados estímulos), y, (¡atención!), la disfunción social (carencia de relaciones interpersonales) o laboral (no poder trabajar).

Cuando una persona es diagnosticada como esquizofrénica, la noticia recae sobre ella como si le cayera una bomba encima, una pesada losa que suena a verdad contundente e irrefutable.

En ese momento, se pasa del “nosotros” al “ellos”, se pasa de ser “persona” a “loco”. Acaba de entrar en el grupo de los excluidos y ha quedado irremediablemente atrapado en el estigma.

Obviamente, el “paciente” se resiste a aceptar formar parte de este colectivo. Hundido como está en la más desoladora desesperación y un sufrimiento indescriptible, trata de obtener, en vano, de aquel que teóricamente es su aliado, el que debe ayudarle, una respuesta a la pregunta: “¿Qué me pasa?”

Pues si has sido diagnosticado de esquizofrenia o de alguna psicosis, olvídate.

La mayoría de los psiquiatras sostienen que la esquizofrenia tiene una Causa orgánica, así que la respuesta estándar es que tienes un “desequilibrio bioquímico en el cerebro”. No importan el contenido de tus alucinaciones ni la naturaleza de tus delirios, porque son meramente un producto de un desorden neuronal al que no se le puede atribuir sentido alguno.

Podrías oír, ver, sentir o pensar esto o aquello, no importa, porque estás físicamente enfermo, como si tuvieras una cardiopatía, diabetes, o un problema renal.

Y nos encontramos ante la paradoja de que un médico te dice que estás enfermo sin tener ninguna prueba científica en absoluto. Cuando el atribulado paciente intenta, por así decirlo, defenderse, frente a tal despropósito, la respuesta del médico es que su prueba son los síntomas.

El esquizofrénico, desde el momento en que es etiquetado como tal, no tiene derecho a voz, no es escuchado, su opinión no se tiene en cuenta, queda totalmente indefenso frente al sistema. Si intenta argumentar o sugerir alguna vía alternativa o dice (¡fatal error!) que no considera estar enfermo, la respuesta inmediata es que se encuentra en la negación, un inequívoco síntoma más, y que, el primer paso hacia su sanación, es aceptar la enfermedad.

El tratamiento para los pacientes con diagnóstico de esquizofrenia es recetarles antipsicóticos, también llamados neurolépticos, a pesar de que estos medicamentos causan un daño cerebral permanente, como distonía aguda, discinesia tardía y acatisia, en aproximadamente el 40% de las personas que toman estas drogas (según el Dr. Donald Goodwin). Es la, por muchos denominada, “camisa de fuerza química”. Como apunte, en un tema en el que no voy a abundar, indicar los intereses del lobby farmacéutico en la incentivación del uso de estas drogas.

Una cosa es cierta. Como se mencionó en un artículo de la portada de la revista Times, en 1992, la esquizofrenia es “la más diabólica de las enfermedades mentales”.

Sí, por activa y por pasiva.

Esquizofrenia: ¿tengo una enfermedad?

Ya hay muchos que defienden, desde el movimiento de la Antipsiquiatría, que la esquizofrenia es una enfermedad inexistente por el hecho de incluir casi todo lo que un ser humano pueda pensar, hacer o sentir que queda fuera de lo socialmente aceptado, de lo “normal”.

Y es que más que por criterios médicos, o científicos, lo cierto es que el diagnóstico de esquizofrenia viene principalmente motivado por criterios sociales (ausencia de amigos, ausencia de trabajo, comportamientos excéntricos). Es decir que la etiqueta “esquizofrenia”, como tantas otras, tan solo indica la desaprobación hacia lo que se dirige la etiqueta, y nada más.

En realidad, la creencia en las causas biológicas de la esquizofrenia, y de otras enfermedades mentales, no puede aportar ninguna evidencia científica de que exista alguna diferencia biológica que caracterice a los cerebros de los pacientes que sufren estas enfermedades (Harvard University Press, p. 148)

A pesar de todas las estadísticas realizadas, y las hipótesis planteadas sobre cuál es la causa de la esquizofrenia (biológica, genética, factores ambientales), “la causa de la esquizofrenia no se ha determinado” (Reporte sobre salud mental del médico general de Estados Unidos, David Sacher).

En definitiva, se sostiene que se califican como alucinaciones o delirios todas aquellas ideas o comportamientos que van en contra de los consensos sociales, políticos, y especialmente cognitivos establecidos por el sistema, que ve en ellos el peligro de una fuga de poder.

“Recuerdo haber pensado en una oportunidad que los esquizofrénicos son los poetas estrangulados de nuestra época.”

David Cooper, Psiquiatría y antipsiquiatría (1967)