El estado de confinamiento en el que nos encontramos, traído por la crisis del Coronavirus, hizo coincidir con la Semana Santa con un punto en el posible ecuador de la cuarentena que ya revela una cierta sensación de hastío en la población.

Lo que en un principio bien pudo clasificarse como un caso de la realidad copiando a la ficción, se ha ido convirtiendo, paulatinamente, en una situación en la que, ciertamente, nos hemos ido dado cuenta de la necesidad que tiene el ser humano de poder moverse en libertad y, posiblemente también, de relacionarse con otras personas.

Como nos cuenta la revista Cuerpomente, ''toda epidemia biológica también conlleva una “epidemia emocional” y una “epidemia social”.

El final del estado de alarma está en el horizonte

Confinados en nuestra casas, hay tiempo para mucho; para hacer ejercicio, para leer, para ver la televisión, para escribir, para dibujar, para pintar...también para pensar y reflexionar. Esta situación guarda la retorcida paradoja de que, si estamos solos, probablemente tengamos menos consecuencias de contagiarnos.

Una vez se levante el estado de alarma, llevará tiempo el que todo vuelva a la normalidad. Hasta que ese momento llegue, y quizá un poco presos de esa paradoja que he mencionado, nos moveremos, sinuosa y torpemente, entre el recuerdo y la ilusión: el recuerdo de un mal externo, extraño y desconocido para el ciudadano de a pie que nos ha obligado a marcar distancias con nuestros familiares, amigos y vecinos; entrelazado con la necesidad de relacionarnos.

Aparte de lo ya mencionado, el tiempo en soledad puede dar para mucho: si no para acercarnos a otras personas con las que antes ya manteníamos una distancia, sí por lo menos para poner en valor el tiempo que pasamos con nosotros mismos; como también a las personas que, perteneciendo a nuestro círculo, podemos sopesar si deben seguir o no ahí.

Y quizá eso sea una anomalía que se presenta con esta situación: tenemos demasiado tiempo para pensar y para reconsiderar nuestro lugar en el mundo y -- quizá lo más trascendente en este mundo social en el que vivimos -- el lugar que otras personas ocupan en él. Esto no tiene por qué ser un ejercicio de narcisismo. A veces, nuestra vida diaria nos sitúa en un lugar que, por diferentes motivos, hace que nos veamos absorbidos por una vorágine de acontecimientos y de personas que, a veces, nos llevan a tomar decisiones que, retrospectivamente, quizá no fuesen todo lo acertadas que cabía esperar.

De modo que, teniendo en cuenta esto, cabe hacerse la siguiente pregunta: ¿en situaciones de confinamiento cabe pensar que podemos estar más inclinados a desconectar del ruido que nos rodea para acercarnos más al tipo de personas que nos gustaría ser o a aquello que sentimos que nos conviene? ¿o nuestras vidas han cambiado tanto (por el carácter digital de todo lo que hace nuestra vida posible) que nos resulta más difícil procesarlo todo de una forma más natural; sin distracciones?

¿Una crisis que nos cambiará para siempre?

No es seguro que esta pandemia nos deje tan marcados como los medios claman todo el tiempo, pero es posible que traiga cambios en las personas, por lo menos a corto, medio plazo.

El miedo que, a diario, podemos sentir no nos toca de una forma tan visceral como para suponer que ésta se trate de una situación que nos vaya a cambiar la vida de una forma fulminante, determinante y definitiva.

Las redes sociales y los medios de comunicación han cambiado nuestra forma de pensar y de percibir nuestro entorno, pero también han tenido la doble función o la prerrogativa, según se mire de concienciar y de sentimentalizar situaciones que aportan razones para mantenernos unidos, pero esa sensación de unión, de fuerza, por desgracia, suele desvanecerse con la misma irresistible gravedad con que el carácter viral de esas ráfagas de solidaridad van decayendo.

El contacto humano es muy posible que adquiera una dimensión especial

Sin embargo, el tiempo hace sus estragos; el contacto humano es muy posible que adquiera una dimensión especial a partir de ahora y esa distancia social que, primero las redes sociales, por comodidad, y ahora el Coronavirus por obligatoriedad nos han impuesto, constituirá un motivo de lucha mayor entre los frutos que cosechemos en el campo de la tecnología y la ciencia, y nuestra natural inclinación por el acercamiento entre personas . Quizá nada vuelva a ser ''como antes'', y que, al menos, al principio, experimentemos episodios de estrés post-traumático en este aspecto.

De lo que no hay duda es que va a afectar a otro aspecto esencial de nuestra vida: la forma en que trabajamos.

De qué forma eso nos va a afectar, está por ver, pero todo dependerá de cómo la crisis económica que se puede avecinar, afecte -- o encauze -- el progresivo dominio del ámbito digital en todas las áreas de nuestra vida. Recientemente, un medio de comunicación hizo entrevistas por la calle, preguntando a la gente qué es lo primero que pensaban hacerse una vez se levantase el estado de alarma. Todos coincidieron: dar un abrazo a la familia y a los seres queridos. Sin duda, esta crisis va a hacer que valoremos muchísimo más las distancias cortas.