El pasado 1 de febrero se estrenaba, en la plataforma de visionado digital Netflix, Velvet Buzzsaw, de Dan Gilroy. En su tercer trabajo como director, el cineasta estadounidense nos introduce en el agobiante mundo del arte moderno, esnobista a más no poder y totalmente desconectado de la realidad que lo circunda, lleno de personajes que sobrepasan lo histriónico y de almas descarriadas, que únicamente se alimentan del sufrimiento ajeno, en pos de un beneficio propio.

Gilroy presenta un trabajo muy personal, concebido años atrás cuando, en 1998, la compañía Warner Bros canceló un proyecto en el que el guionista estaba participando, llamado “Superman Lives”, una película basada en el superhéroe de DC Comics, que nunca llegó a ver la luz del día por grandes problemas en su presupuesto.

En aquel momento, Gilroy debió tomárselo como una tremenda afrenta personal y que todo ello había supuesto una enorme pérdida de tiempo. Una de las peores experiencias de su carrera hasta la fecha.

Finalmente, consiguió, de alguna manera, asumir lo que había ocurrido y empezar a mirar hacia el futuro mientras se hallaba en una playa, un poco como le ocurrirá a cierto personaje en los compases finales del largometraje. El hecho de que Gilroy se sintiese de este modo en el momento de creación de su obra (como los artistas que encontramos a lo largo de la película) resulta significativo. En cierto punto del filme, una de las protagonistas se pregunta “¿Qué sentido tiene el arte si no lo ve nadie?”.

Es posible que esto mismo fuera de lo que Gilroy reflexionaba mientras, sentado en aquella playa, trataba de dar sentido a su arte como guionista tras la decepción inicial.

'Todo esto es solo un safari para encontrar lo nuevo y comérselo'

Pese a no ser el guion más elaborado o estructurado (aunque no por ello implica que sea deficiente) que Gilroy haya escrito, se puede apreciar ciertos momentos de brillantez, muy característicos del autor, como repentinas conversaciones entre los protagonistas y sujetos que parecen encarnar el rol de la conciencia moral, o una catarsis ética final en los personajes tanto de Morf Vandewalt (Jake Gyllenhaal) como de Rhodora Haze (Rene Russo) muy parecida a la que vimos en “Roman J. Israel, Esq.” (2017).

Lamentablemente, el elemento sobrenatural y terrorífico que Gilroy emplea para personificar al espíritu vengativo de un pintor que desea ajustar cuentas con los individuos, de dudosa moralidad, que pululan por este mundillo preprogramado y traspasable que es el mercado del arte, no consigue surtir del todo el efecto deseado por el director.

Sin embargo, regala una impactante escena, tragicómica en tono y llena de ironía hacia el mundo de la popularidad en internet, con la muerte de uno de los personajes a manos de una de las instalaciones artísticas de la exposición.

Ser crítico te limita y agota emocionalmente

Por último, es de justicia alabar las actuaciones del reparto entero, pues en esta ocasión nos encontramos ante la escenificación del retrato de un único personaje protagonista, como lo visto en Nightcrawler (2014) o “Roman J. Israel, Esq.”. Desde la desmesurada afectación “posh” de Jake Gyllenhaal, en el papel de un influyente crítico de arte; pasando por la sublime contención y saber estar de una Rene Russo como dueña de una de las galerías de arte más importantes de Los Ángeles, hasta la ambición desenfrenada de Zawe Ashton, quien interpreta a la negligente y despiadada Josephina. Terminan de componer este óleo en cinemascope grandes actores como Toni Collete, Natalia Dyer o John Malkovich.