Si hace un par de semanas hablábamos de la joya oculta de 2017 del director Dan Gilroy, “Roman J. Israel, Esq.”, sería conveniente echar la mirada atrás y, del mismo modo, recuperar su ópera prima como director: Nightcrawler. En ella, nos adentramos en la agresiva y despiadada industria de los reporteros freelance de la ciudad de Los Ángeles, apodados “nightcrawlers”, en donde la carrera por ser el primero en llegar y obtener la mejor primicia es una lucha constante contra el tiempo… Y contra la moral ética de uno mismo.
El guión, firmado por Gilroy como en “Roman J. Israel, Esq.”, relata las andanzas de Louis Bloom, un tipo un tanto misántropo y totalmente alejado de la realidad social de la comunidad de la que forma parte (o tal vez demasiado implicado en el estilo de vida capitalista que tanto se venera en Estados Unidos) que, desprovisto de futuro laboral pero con una ambición desmesurada por conseguir el mayor éxito profesional posible, se verá obligado a ascender, a golpe de transgresión, a través del oscuro mundillo de los “nightcrawlers” hasta su nauseabunda cúspide.
“Estaréis confusos a veces y otras veces inseguros, pero recordad, nunca os pediré hacer nada que yo no haría personalmente”
Jake Gyllenhaal nos ofrece una de sus mejores actuaciones hasta la fecha (lo cual no es decir cualquier cosa) como Louis Bloom, combinando una especie de desamparo vitalista y una psicosis desalmada pero perfectamente autogestionada, y creando a un villano memorable, a la altura de los más icónicos del género de suspense. El propio Gyllenhaal comentaba en una entrevista sobre Bloom: “Creo que Lou Bloom es un producto de su generación y de la cultura en general. Creció en la era de internet, su interacción con la gente se ha visto limitada y, debido a ello, se muestra apático con los sentimientos.
Es un producto del capitalismo: éxito a cualquier precio”.
Así pues, en contraposición al Roman Israel de 2017, se podría decir que Bloom es la otra cara de la moneda en la sociedad contemporánea: la cara sórdida e inenarrable del capitalismo, con todos sus defectos y fallos de sistema. Y, sin embargo, incluso este personaje, tan desconectado del ideal de comunidad que representa el abogado Israel, da muestras de sentimientos y anhelos benignos; como si, de haber sido educado de otra forma o de la sociedad haberle ofrecido una oportunidad y no haberle negado la mano amiga que tanto necesitaba, tal vez Bloom no se hubiera visto forzado a hacer todo cuanto acabaría haciendo.
“No puedo poner en peligro el éxito de mi compañía por un trabajador que no es de fiar”
Finalmente, ha de volverse a alabar la dirección en fotografía de Robert Elswit y la música de James Newton Howard, quienes repetirían en sendas posiciones en “Roman J. Israel, Esq.”, años más tarde. La fotografía de Elswit resulta fascinante para los sentidos, retratando la ciudad de Los Ángeles con un ritmo frenético durante las carreras nocturnas de Bloom para llegar antes que sus competidores (especial mención a la persecución final) o con grandes angulares estáticos durante los momentos introspectivos del personaje.
Newton Howard nos regala una banda sonora que le sienta a la película como un guante, con temas minimalistas que logran captar la tensión en las escenas más crudas o un "riff" de guitarra que acompaña a Bloom durante su ascenso imparable, cargado de una ironía trágica indescriptible.
Como anotación final, mencionar las no menos loables actuaciones de los actores de reparto, empezando por la increíble Rene Russo; el gran acompañamiento de Riz Ahmed al personaje de Gyllenhaal, o su competidor durante el largometraje, Bill Paxton. Y para todos los amantes de Dan Gilroy, estamos de enhorabuena, pues este año estrena su tercer filme en Netflix, “Velvet Buzzsaw”, en el que repetirá Jake Gyllenhaal.