Hace unos días aparecía una noticia en las redes sociales que explicaba la escandalosa oferta de empleo que una particular le había hecho a un profesor de inglés para dar clase a sus tres hijos por 3 euros la hora. Como es lógico, el chico se sintió ofendido ante semejante despropósito. ¿Y quién no? ¿A quién le gusta que valoren así de mal su oficio? Hace que uno se sienta degradado a un nivel servilismo inhumano. Y que conste que, según el mensaje, le estaban haciendo un gran favor, porque todo el mundo lo está pasando mal y uno no se puede atrever a pedir un trato digno, mucho menos un sueldo digno.

Una oferta irrisoria para dar clases

"Te puedo ofrecer 3 euros la hora, sé que no es mucho pero bueno, como no estás en otra cosa y seguro que por Ponferrada encuentras poco, pues algo es algo”, es lo que rezaba el mensaje de WhatsApp que había recibido.

No es nada nuevo decir que la enseñanza en nuestro país deja mucho que desear, eso siendo benévolos. El sistema educativo necesita, de forma urgente e imperiosa, un terremoto revisionista que modifique y fortalezca las bases de la enseñanza obligatoria. Pero la cosa no debería de quedar simplemente en eso. Es necesario comprender que, si no se invierte en educación, ética, la sociedad estará destinada a repetir los mismos errores (sino mayores) que hemos cometido desde que empezamos el nuevo milenio.

Vivimos en una época en la que el cinismo y el sopor han hecho mella en el espíritu de rebeldía que impulsó el motor de desarrollo del siglo pasado. La mayoría de logros estimables se han dado en campos como las nuevas tecnologías o el sector de los servicios. Obviamente, sigue habiendo avances asombrosos en las ciencias de la comunicación y de la medicina, pero mientras estas industrias dan un paso, sectores como el del entretenimiento o el armamentístico dan veinte más.

Carl Sagan, importante científico y astrónomo del siglo pasado decía que, en el momento que los seres humanos perdamos la curiosidad por viajar más allá de las estrellas habremos fracasado como especie.

Hacia un nuevo paradigma en la educación

Carl Sagan creía que el caldo de cultivo óptimo para ese fracaso se daba en las sociedades que no educaban a sus siguientes generaciones de forma correcta, no solo en conocimientos básicos necesarios para nuestra supervivencia, sino también a la hora de transmitir valores éticos que los complementan para coexistir en una sociedad civilizada y cosmopolita.

Así pues, cuando se pierden estos valores, las sociedades se ven relegadas a la más primitiva de las estructuras de poder: la ley de la selva, del más fuerte. Una ley en la que una persona puede permitirse proponer a otra un intercambio de bienes tan inadecuado como el que veíamos al inicio del artículo.