Violencia de género: libérate del maltratador
El primer paso para liberarse del maltratador es detectar los síntomas
Algunos de estos síntomas coinciden con las mismas características que definen los siete Síntomas del maltrato de violencia de género. En general los síntomas son conductas que denotan una personalidad controladora, posesiva, con el propósito de menoscabar la autoestima, la libertad, y apropiarse de la vida de la mujer.
Surgen reacciones motivadas por los celos, consumo excesivo de alcohol, humillaciones en privado y en público para hacer ostentación de su poder, responsabilizar a la mujer por todo, conductas de espionaje (el móvil, a dónde va, qué hace cuando sale…), la restricción o prohibición de relaciones con otros, despojarla de sus cosas o destruirlas, prohibirle cualquier actividad con la que se pueda sentir realizada, exabruptos de violencia (golpes en la mesa, gritos,…), agresiones a las mascotas y a los hijos, así como tratar de apartarla de éstos, cambios de humor e irritabilidad infundada, y por supuesto insultos y todo tipo de degradaciones (psicológicas, sexuales y físicas), coacciones y amenazas.
Ante este panorama, la mujer, siente miedo, culpa (“tal vez me lo merezco”), inseguridad. Su comportamiento cambia. Se vuelve sumisa, no se atreve a cuestionar a su maltratador, deja de tomar decisiones, hace de encubridora (“es que está nervioso”, “no ha dormido bien”).
Empieza a dudar de su propia identidad y se manifiestan una serie de consecuencias en su salud, tanto psicológica (depresión, ansiedad, insomnio, pérdida de apetito, deseos de suicidarse,…) , como física (cefaleas, trastornos gastrointestinales, reacciones psicosomáticas,…), social (pérdida de contacto con la familia y los amigos, absentismo laboral, pérdida del empleo), y familiar (deterioro de la relación con los hijos y consecuencias en la misma salud de éstos, así como en la de otros miembros de la familia).
Visto desde fuera, la realidad de todos estos factores y lo que significan, puede parecer obvia.
Desde el punto de vista de la víctima, las cosas son muy diferentes
Algunas mujeres acaban sumidas en tal estado de confusión que, sencillamente, no son conscientes de que son objeto de violencia, niegan la evidencia, así que no reaccionan, contribuyendo a perpetuar la situación.
En ocasiones se trata de casos de violencia silenciosa, aquellos en los que la violencia ejercida es eminentemente psicológica, con métodos más sutiles y difíciles de detectar. Es invisible para todos los demás, y se crea la ilusión de que no existe.
Otras mujeres detectan los síntomas y saben que están siendo maltratadas, y, tienen terror a las consecuencias, tanto para ellas mismas como para familiares y amigos.
Por lo tanto, no se atreven a buscar ayuda.
Un tercer grupo, afortunadamente, debo decir, tiene la fortuna de detectar los síntomas en un momento temprano. Dado que no existe una relación consolidada, o ninguna relación en absoluto, resulta más “fácil” deshacerse de una persona que es reconocida como violenta. Los factores de la personalidad, como el grado de autoestima, son determinantes en estos supuestos. Es en este momento inicial, cuando conocer los síntomas facilita en mayor medida su detección y la prevención resulta más efectiva.
Por el contrario, cuando se ha establecido un vínculo emocional a lo largo del tiempo, resulta mucho más complejo. El ideal del amor romántico se hace pedazos, y se requiere mucho valor para reconocer que alguien, en quien se ha depositado la confianza y el cariño y con quien se ha establecido un proyecto de vida, es un maltratador que no te quiere.
Existe una relación de dependencia emocional, de la que es muy difícil desprenderse.
La dependencia también puede ser exclusivamente económica. La mujer detecta, sabe, desea con todas sus fuerzas terminar la relación y no puede porque no tiene recursos, ni dinero ni trabajo. Piensa que no va a ser capaz de salir adelante por sí misma, más aún si hay hijos que dependan de ella. En este caso los recursos de los servicios sociales e institucionales, que ofrecen apoyo psicológico, acogida y programas de reinserción resultan de gran ayuda.
El perfil psicológico del maltratador
Rasgos que le caracterizan:
- Bajo nivel de autoestima.
- Baja tolerancia al estrés
- Doble cara: en público suelen mostrarse encantadores.
- En muchos casos ellos mismos han sido víctimas de violencia – metaprendizaje.
¿Qué hacer?
Se recomienda de manera unánime recurrir a la ayuda externa: la familia, amigos, servicios sociales, instituciones para la mujer, grupos de ayuda.
Denunciar. Como es sabido el maltrato es un delito denunciable. Tiene que ser la propia víctima la que acuda a poner la denuncia para que los mecanismos de la justicia se pongan en funcionamiento. No entraremos en la eficacia de estos mecanismos, que tal vez en demasiadas ocasiones resulte, por decirlo de alguna manera, cuestionable, incluso con consecuencias fatales.
Resulta preocupante que, no solo se impone la carga de denunciar a la víctima, sino que además se habla del “deber” de denunciar, que es a un tiempo cívico y ético. Los más extremistas se atreven a decir que la víctima que no denuncia, consiente. Solo puedo tratar de imaginar cómo debe de sentirse una mujer atrapada en esta situación, aterrorizada, y que además tenga que lidiar con semejante presión social y mediática.
¿Qué puede hacer la mujer para ayudarse a sí misma?
Como ya se ha mencionado, no todas las mujeres están en condiciones de acudir a la ayuda externa. Y estas mujeres, lo primero que necesitan hacer, es superar las propias barreras internas que les impiden dar este paso.
Se plantea el dilema entre el saber dar y el saber recibir.
La persona que solo sabe dar, cubriendo las necesidades de los otros, corre el riesgo de olvidarse de las suyas propias. Es una persona que quiere, necesita ayudar, y se erige en una “rescatadora”. Todo lo que haga por el otro será poco y su objetivo es salvarle, sin importarle el no recibir nada a cambio, porque esa es su determinación. Tristemente, en la mayoría de los casos, esta conducta, lejos de ser altruista, tiene por finalidad obtener algo de aprecio y cariño por parte del otro.
Es necesario encontrar el equilibrio entre el saber dar y el saber recibir para la buena salud de cualquier relación.
La toma de conciencia de que, en realidad, nadie puede cambiar a otro, sino que, por el contrario, solo cada uno de nosotros tiene el poder de cambiarse a sí mismo, implica la adquisición de una nueva actitud transformadora. Permite recoger el poder que otorga ese sí mismo reafirmado, y avanzar hacia el restablecimiento del equilibrio interior y la conexión con el entorno.
Puede que un día, esa mujer que solo recibe maltrato, se levante por la mañana y, al ver ese cardenal en su cara, se diga a sí misma: “¿Quién es esa que me devuelve la mirada desde el espejo? No, no me merezco recibir esto, porque esto no es amor, que es lo que yo quiero Me merezco a mí misma, me merezco el amor, y soy libre”.
Esto es posible.
¡Libérate!