No se puede desconocer el éxito del relato político y comunicacional del independentismo, que año a año fue sumando simpatizantes. En su haber se cuentan las históricas diadas con más de un millón de personas; la ampliación de su base electoral; el jaque al Gobierno español durante años; y las consultas populares del 20-N y 1-O. Este éxito, no obstante, no fue suficiente para consolidar el procés ¿por qué? Hay 5 claves que lo explican.
La ansiedad se convirtió en táctica
Las prisas por alcanzar un objetivo que requería de la conformidad del Estado, marcó una descontrolada marcha hacia adelante.
Ante la negativa de Rajoy a la propuesta de un referéndum pactado, los independentistas optaron por la táctica de la unilateralidad, recurriendo a la retórica de la "ruptura democrática" con el Estado.
Es decir, la independencia no es la expresión final de la identidad nacional, sino la demanda de más democracia. Así, se impuso un programa de máximos, en el cual la independencia se obtendría en 18 meses. Con ello, según Mas, se buscó "demostrar que se lo creían".
Solo había unión en torno al catalanismo
Con la conformación de Junts pel Sí, ERC y PDeCat hicieron creer que el independentismo era unívoco, tanto en la acción como en el objetivo político. Nada más alejado de la realidad. La convergencia entre estos partidos sólo se sustentó en un mínimo común denominador, su carácter nacionalista.
Esto, que es suficiente para suturar diferencias en un país en "tiempos de incertidumbre", no lo es cuando se trata de llevar adelante un proceso político de largo aliento que sobrepasa ese momento. Así, no fue complicado para una parte del independentismo descolgarse de la unilateralidad tras la declaración "simbólico-política" de independencia, como lo han reconocido en sede judicial.
Se exageraron las diferencias con el resto de España
Un movimiento conducido –y quizás secuestrado– por fanáticos, en el largo plazo termina quedándose solo con el apoyo de los suyos. Esto acabó expresándose en un enfrentamiento entre independentistas y españolistas, donde ganaba el que más exageraba en su alegato. Algo totalmente contrario al debate dialéctico de la política acerca del encaje de Cataluña en España.
La astucia se estrelló con la realidad
Abusar de la victimización y la mayoría parlamentaria fue un juego astuto hasta que la realidad lo hizo insostenible. Así, por una parte, y utilizando la emergencia social como coartada, se culpó al Estado de los recortes, recurriendo al manido argumento de que "España nos roba". Por otra, se prefirió subvertir la legislación autonómica, el reglamento del Parlament y la Constitución sin seguir su propia hoja de ruta legal, lo que minó definitivamente esa legitimidad fáctica conseguida con el "referéndum" del 1-O. Lo acabó reconociendo hoy Artur Mas en una entrevista en RAC1. La DUI fue una "exageración para quedar mejor ante la opinión pública".
No había plan B
La insistencia en investir a Puigdemont dejó al descubierto que el núcleo controlador del "procés" no tenía alternativa a la aplicación del artículo 155, más allá de estirar el conflicto –ahora judicializado– con el Gobierno central.
Hoy la división entre aquellos que apoyan la irreal idea de constituir un Govern en el "exilio" encabezado por Puigdemont y los que apuestan por recuperar la Generalitat para el proyecto independentista sin personalizarlo es total. Así, la reposición del anterior Govern ya se ve como una quijotada que mantiene irremediablemente a Cataluña bajo los dictados de los ministros de Rajoy.