Según el diccionario de la RAE, sátira es aquella composición cuyo propósito es censurar acremente o poner en ridículo a alguien o algo.

Así pues, no debemos confundir la sátira con la parodia, que simplemente es una imitación burlesca. Ateniéndonos a este significado, y dentro del Cine, encontramos, por poner un ejemplo, parodias del género de terror:

El jovencito Frankenstein (1974), de Mel Brooks, Lo que hacemos en las sombras (2014), de Taika Waititi y Jemaine Clement o Ed Wood (1994), de Tim Burton, que trata sobre la vida del peor director de la Historia del cine.

Sátiras destacadas

Las sátiras conllevan en su sentido la idea de lo cómico. Así pues, las sátiras siempre se enfocan desde una perspectiva mordaz. Sin embargo, como su razón de ser es cuestionar las costumbres, y en sentido más amplio, la política y los órdenes sociales, para su plena intangibilidad se requiere un contexto. O dicho de otro modo, son obras hijas de su tiempo, proclives a quedarse obsoletas tan pronto como cambian los tiempos, como desaparecen las dianas de sus dardos.

No obstante, existen películas que, por su calidad, se han convertido en referentes. Por lo general, su enfoque de la realidad es más abstracto, atemporal, y aluden a problemas intrínsecos a la convivencia de los seres humanos, no a circunstancias concretas.

Del puñado que existe, destacamos cuatro:

  • Sopa de ganso (1933), de Leo McCarey. Protagonizada por los Hermanos Marx, afianzó un verdadero precedente en el arte cómico, después retomado por Aterriza como puedas y sus variaciones. Su humor absurdo y sus ingeniosos chascarrillos encuentran el escenario ideal en la ficticia Libertonia, donde Rufus T. Firefly (Groucho Marx) es elegido presidente, para salvar a la nación de la quiebra. Sin embargo, Firefly pondrá el país patas arriba, al descubrir la conspiración urdida contra él por parte de su enemigo, el embajador de Sylvania.
  • Ser o no ser (1942), de Ernst Lubitsch. Película válida que gira en torno a una compañía de teatro. Hoy es recordada sólo porque uno de sus actores, dentro de la ficción, encarna a Adolf Hitler. También porque fue rodada en plena Segunda Guerra Mundial.
  • ¿Teléfono rojo?, volamos hacia Moscú (1964), de Stanley Kubrick. Obra sin parangón en el cine. Plantea una posibilidad, siniestra, que puede hacerse real en cualquier momento, aunque no necesariamente con los mismos antagonistas… Un general de la Fuerza Aérea de los Estados Unidos, Jack D. Ripper, que se ha vuelto loco de remate, da la orden a su escuadra de aviones de traspasar sus líneas de seguridad y de bombardear sus respectivos objetivos en la Unión Soviética. Al mismo tiempo, sella la base militar desde donde opera. Con ello, pretende provocar una guerra nuclear, lo cual le parece la única alternativa para impedir la conspiración comunista para “fluorizar los preciosos fluidos corporales”. El presidente, en una comisión de urgencia en el Pentágono, no escatima medios para que tales disposiciones no tengan nocivas consecuencias. Pero con lo que nadie cuenta es que la Unión Soviética ha desarrollado en secreto un arma, conocida como Dispositivo del Fin del Mundo, que automáticamente se pondrá en marcha en caso de detectar un ataque nuclear…
  • El dormilón (1973), de Woody Allen. Genial película de corte futurista. Woody Allen despierta, tras haber sido crionizado por accidente, en el futuro. Allí se topa con una sociedad que no piensa y que está obsesionada por la consecución del placer. Además, descubre que muchas verdades del siglo XX se demostraron ser falsas. Por ejemplo, el colesterol es bueno para la salud. Así como el tabaco, que calma los nervios…

Un subgénero dentro de la sátira lo conforman los falsos documentales, a los que puede sacarse aún mucho partido.

Esta categoría la ejemplifican los largometrajes de Sacha Baron Cohen, de los que se vale para criticar, con descaro, a la conservadora sociedad norteamericana.

Además de todo lo anterior, hay que subrayar los trabajos de algunos directores que coquetean con la comedia. En La vía láctea (1969), de Luis Buñuel, encontramos una sátira del cristianismo, que toma cuerpo en los flash-back que recrean episodios bíblicos.

Descubrimos a un Jesús irreverente, que se ríe como un cretino en mitad de una parábola y que le gusta desconcertar a sus oyentes con frases enigmáticas y aparentemente incoherentes. Constituye la mejor parte de esta película, por otra parte, heterodoxa y fascinante. Un par de peregrinos que hacen el Camino de Santiago, imbuidos en el viaje de conocimiento, discuten sobre la esencia de los misterios cristianos.

Siguiendo esta misma línea religiosa, podríamos señalar un film popular y estoico de los Monty Python: La vida de Brian (1979). Un judío, que nace el mismo día que Cristo y que, repetidamente a lo largo de su vida es confundido con aquel, termina siendo crucificado en su lugar.

Antes de terminar, quisiéramos también tributar nuestro homenaje a una obra singular, que, aunque nacida del seno del neorrealismo, véase Los inútiles (1953), contiene elementos satíricos, así como surrealistas, como características definitorias.

Nos referimos a la obra de Federico Fellini (1920-1993).

El universo de Fellini es esperpéntico y, a veces, misterioso e insondable. Su obra maestra 8 y medio, gira en torno al proceso creativo, y contiene elementos biográficos y auto-paródicos. La mentalidad y cultura italianas fueron, asimismo, diseccionadas por su mirada perspicaz en numerosos filmes, donde los diferentes estamentos se entremezclan y caricaturizan hasta el extremo. Destacan Amarcord, que narra la vida de una familia media en Rímini, y la ecléctica Roma, donde aparece, seguramente, la más impactante escena satírica de la Historia del cine.

Nos referimos a esa escena que representa un desfile de moda eclesiástica. Ante un público formado por cardenales, monjas y el Santo Vicario, van desfilando por la pasarela modelos que llevan sotanas, cilicios, casuchas y mitras.

Y a medida que la música minimalista de Nino Rota se va volviendo más tétrica y angustiosa, las imágenes resultan sobrecogedoras. De pronto, se desvela la profunda aversión que nos producen los viejos objetos del culto institucional. Y vemos desfilar, aterrados, vírgenes llorosas y demacradas, santos mártires y ¡hasta el Carro de la Muerte!