Federico Fellini, para muchos uno de los imprescindibles del Cine. Andrei Tarkovsky lo colocaba en un ramillete de cinco grandes cineastas en su libro Esculpir en el cielo, junto a Ford, Buñuel, Bergman y Kurosawa. Sus films han pasado a ser manifiestos de Cine aunque siempre habrá críticos maniatados a sus excesos. Aún recuerdo una entrega de “Que grande es el Cine” donde Jose luís Garci y los comunes contertulios se abanderaban al cine de la primera época de Federico Fellini, más instaurado en la herencia roselliniana del neorealismo. Una apuesta segura desde luego...

Ese Cine donde sobresalían films como La Estrada (1954), La notti di Gaviria (1958), Il vetelloni (1953) o Lo sceicco bianco (1952). Finalmente la llegada de La dolce vita (1960), un film puente de lo que posteriormente pasaría a ser un cine vida, más cercano a la idea del autoretrato ficcionado, los juegos de la memoria y los sueños, ya suponían un pequeño quebranto en la opinión de aquellos contertulios cinéfilos. Esa evolución del Cine de Fellini, que rompe con el camino anterior, aunque hay elementos esenciales que perduraron siempre como lo onírico y lo redentor, iban a ser la tónica hasta su muerte. Fellini temeroso por la nueva corriente que la novel vague había abierto encaminada hacia un cine de autor y libre, equipos de cámaras y grabación pequeños que podían moverse por la ciudad, cambio el trazo de su obra para identificar los nuevos vientos que soplaban.

Fellini, al contrario de los nuevos directores de la camada francesa, tenía toda una industria y ciudad para él, Cine Citta. Disponía de unos grandes estudios afines que apostaban por sus proyectos, voluminosos equipos técnicos y artísticos. Utilizó desde luego esa herramienta pero la llevó a un terreno propio, el de la imaginación y creación del autoretrato ficcionado, acogiéndose a un cine plenamente de autor.

Federico siempre fue un rotulista (o publicista), con cientos de dibujos en su mollera que le servían para dar un salto autoral, eso sí, no con la libertad de encontrase con el cine, más bien con la planificación bien definida de un story board.

A partir de la década de los sesenta el cine de Fellini, para esos críticos de este nuevo rumbo se convierte en pirotécnico, circense...

artificial. Para los que renegamos de esta visión, su cine se reconstruye estéticamente, de igual forma profundo pero con mayor juego, estéticamente poderoso, imaginario y fantasioso. La producción de sus últimos años podría ser de menor rango, pero no en un periodo maduro donde creo su propia firma, su propio calificativo. Como de él señalaron alguna vez...”Había siempre vivido con el deseo de transformase en adjetivo·. Así fue, nació lo “felliniano”. Films como Otto e mezzo (1962), Tommy Dammit (1968), Roma (1972), Clowns(1970), Amarcord (1973), Casanova (1976), La citta de la donne (1980), Intervista (1987)... En esos films la capacidad visual comenzaba a tomar tildes propias, elementos recurrentes, momentos oníricos virtuosos.

Elementos barrocos y carnales, lo felliniano se hacia cuerpo. El film comenzaba a atrapar más allá de la propia capacidad que anteriormente tenían sus películas a lo narrativo, con una visión humanista cristiana basada en lo moral y la redención. La imagen y lo onírico atrapaba al espectador. Aquí comenzaba una liberación de los sueños, de lo fantasioso, del deseo, de la mujer, la infancia, las crisis del hombre... la fascinación de la ciudad, la fascinación por el circo, el espectáculo y la bambalina. En la década de los 60, su psicoanalista le aconsejó en sus derivas y crisis que comenzara a escribir y dibujar los sueños que tenía, y posteriormente en sesión poder comentarlos. Así lo hizo el cineasta de Rimini que comenzó a recopilar en sus cuadernos cientos de imágenes que pasarían a ser la antesala de nuevas ideas y puntos de vista estéticos para nuevos proyectos cinematográficos.

Los cuadernos de Fellini, son un montón de ideas que se podían perfilar en nuevas películas, como así fue con Otto e mezzo, Amarcord, Roma o el Satyricon.

La exposición que podemos contemplar en el Círculo de Bellas Artes Sueño y Diseño, recoge imágenes icónicas como el derrumbe del túnel de Roma, el espacio del gimnasio del balneario con el banco central de madera donde descansa Guido en Otto e mezzo. El libro de los sueños fue la base de trabajo del escenógrafo Antonello Geleng, que aplico a las escenas fellinianas. Trazos gruesos de impronta expresionista, que recuerdan a autores como Grosz y Dix, y las creaciones de Picasso.

Podemos encontrarla en el Círculo de Bellas Artes hasta el 21 de Enero de 2018.