Paradójicamente, el que más ha criticado a la sociedad, es el que más ha hecho reír a todo el mundo; el icono que representa la quinta esencia del cine, con su bigotito, su bombín, su bastón de bambú y sus andares de pingüino. Con su entrañable personaje, Chaplin fue la estrella mejor pagada de su tiempo. Y hoy nos ha quedado el genio, el payaso por excelencia, el creador del drama cómico.

La vieja historia del pobre que se hace rico

Charles Chaplin nació en una Londres dickensiana en 1889. En su infancia y juventud vivió las tormentosas experiencias que no podrían dejar de influir en su futuro trabajo: miseria, abandono del padre, alcoholismo y demencia de la madre, el reformatorio, la vida del vagabundo… Paradójicamente, a pesar de tantas privaciones, se dedicó al humor.

En su autobiografía, relata que ya de niño estaba inclinado a la mímica. Se solía colocar al lado de su postrada madre, y para entretenerla, imitaba los gestos de todas las personas que veía a través de la ventana.

Chaplin era hijo de artistas de variedades. Así que vio en el vodevil una salida natural para sus inclinaciones, además de una escapatoria a la pobreza. Después de actuar varios años en musicales y pantomimas, se fue de gira con su hermanastro Sydney a Estados Unidos. Abandonó las compañías de teatro ambulantes, y probó suerte en el Cine, ese nuevo espectáculo que estaba en ciernes y que arrasaba. Por entonces, Chaplin era un joven autodidacta, culto (pese a no tener estudios), egocéntrico, introvertido pero dotado de un extraordinario talento para la interpretación.

Gracias a ello, sorprendió en los castings y entró a trabajar para la productora Keystone, bajo las órdenes de Mack Sennett, uno de los pioneros del cine. En este caso, de lo burlesco. Y el responsable de esos delirantes cortometrajes de policías, en los que había caóticas persecuciones. También de cortometrajes seudo-eróticos, donde se mostraban una serie de bellezas posando en bañador.

Chaplin fue, poco a poco, ganando protagonismo en esos cortos hasta ser el protagonista indiscutible de ellos. También fue adquiriendo mayor libertad creativa, a medida que se convertía en una estrella. Su progresivo control sobre todas las facetas de su trabajo no terminó hasta que dirigió sus propias películas, y más adelante, durante la época del sonoro, hasta que las producía y componía incluso su banda sonora.

Así fue cómo refinó un género grosero y comercial, basado en las batallas de tartas de nata, hasta convertirlo en la primera manifestación del arte en el cine.

Y así, también, creó el personaje que lo hizo famoso: el del vagabundo, ese paria que intentaba ganarse la vida como podía, que recogía colillas del suelo y que iba vestido de ropas dispares: chaquetilla estrecha, pantalones enormes y zapatones con las puntas dirigidas hacia los lados.

De la inconsciencia a la consciencia

Es lógico que alguien como Chaplin, que siempre se había sentido diferente a los demás, creara un personaje con el que se sentía cómodo, el del solitario vagabundo. Él mismo había vivido en las calles y, por tanto, no tenía por qué haber ninguna crítica en la elección del personaje.

Siendo así, también es lógico que si su héroe es un donnadie, que tiene que superar un montón de obstáculos, aparezca el drama. Con El chico (1921), surge un nuevo tipo de comedia melodramática, en la que se conjugan las lágrimas y las risas. Ya la historia es patética: un niño huérfano, cuya madre lo ha abandonado por no poder darle de comer, es adoptado por el vagabundo, que también está solo; mal que bien, el protagonista luchará por sacarlo adelante, enseñándole para ello lo necesario para sobrevivir, también los recursos del pillo…

Las películas de Chaplin, tal vez inocentemente al principio, parten de la premisa de la desigualdad social, ya que el héroe de las películas es un desgraciado no por culpa suya, sino por culpa de contingencias externas: por la mala distribución de las riquezas, por el monopolio del comercio en manos de los empresarios, y por las instituciones arbitrarias que conforman el reglamento de la sociedad.

La sola presencia en pantalla del vagabundo, por tanto, ya comporta una crítica implícita a la sociedad. También puede que aquí radique gran parte del aplauso que despierta el personaje, con el que se identifican, generación tras generación, todos los inconformistas.

Además, esta indigencia que acusa los defectos políticos, es la causante de todas las desventuras del vagabundo, así como de sus desengaños amorosos. Pues Charlot (así conocido en Francia y España), casi siempre se enamora de chicas normales, que no quieren complicaciones. Que quieren formar una familia, vivir en una bonita casa. Y que lo rechazan sin contemplaciones, a favor de galanes con medios.