Los barrios próximos al centro están sufriendo el fenómeno de la gentrificación, adaptando sus comercios y viviendas a un estrato social alto. El incremento de los precios debido a los nuevos habitantes implica un movimiento negativo, el de los vecinos más antiguos hacia distritos periféricos. La especulación desmedida implícita en el movimiento obliga a buscar soluciones drásticas para luchar contra la expulsión de familias y ciudadanos que se ven desplazados por unas rentas que no les permiten mantener ese nuevo nivel de vida impuesto por el mercado.
¿Qué es la gentrificación?
A nadie le amarga un dulce, es un hecho innegable. Todos disfrutamos de un bonito paseo por nuestra ciudad, transitando vecindarios que antaño vimos en decadencia pero que han resurgido gracias al esfuerzo y tesón de comerciantes y grupos empresariales que se han preocupado por recuperar zonas históricas que estaban dejadas de la mano de dios. Pero detrás de la bella fachada existe un problema enquistado que pasa desapercibido: la gentrificación.
El proceso es complejo. Hablamos de la transformación de un espacio urbano que está en condiciones decadentes. Normalmente son barrios cercanos al centro de las grandes ciudades (Madrid, Barcelona, Valencia...). La reconstrucción de toda la infraestructura conlleva un aumento de los alquileres y del coste habitacional.
El fenómeno, acuñado por la socióloga Ruth Glass en 1964 mientras analizaba cambios sociales en Londres por dicha década, tiene consecuencias positivas para los núcleos en los que se da, pero también tiene consecuencias funestas: entre ellas, el desplazamiento de los residentes históricos hacia residencias situadas en la periferia.
La causa principal reside en el incremento de los precios, inasumibles para aquellas familias que viven en las zona gentrificadas antes de la remodelación.
Son varias fases las acaecidas antes de que un barrio cristalice en una ensoñación de colores y atractivas ofertas de ocio. Pogamos que vivimos en un barrio susceptible de ser gentrificado.
Un grupo de inversores a título personal decide invertir capital de su bolsillo para remodelar ciertas zonas. Suele coincidir que los interesados en esta primera fase sean diseñadores, arquitectos, artistas... que se participan activamente en la remodelación. Algunos incluso se desplazarán a vivir.
Más tarde, un número nuevamente reducido de inversores continuarán con la compra y reforma de los espacios. Aquí comenzará tímidamente el "big bang" neovecinal, pese a que la demanda será mayor que la oferta, un dato orgasmático para los potenciales especuladores que acechan el barrio. Escasas posibilidades habitacionales, una demanda considerable y una lista de residentes que llegan tanto en la primera fase como en esta segunda y que serán considerados en posteriores fases como "oldtimers" o vecinos antiguos.
Público y medios se hacen eco de lo que sucede en el anticuado barrio, que de pronto, de la noche a la mañana renace de sus cenizas. Las remodelaciones siguen y los precios se disparan. Esto atrae a particulares que acceden al vecindario con la idea fija de inversión. La clases con un nivel adquisitivo suficiente como para participar del resurgir siente la llamada y se abren ante la accesibilidad de la que gozan.
Con todo el tinglado montado y cociéndose a fuego medio rápido, las entidades bancarias comienzan a implicarse concediendo créditos con fines hipotecários o edificatorios. El paso definitivo consiste en la sustitución del capital cultural llegado con las primeras fases por el capital económico, el paso de la bohemia al negocio.
Las consecuencias del fenómeno
En base a las fases de este fenómeno social, no hay que ser muy espabilado para darse cuenta de ciertas cosas. Por un lado, nos convertimos como ciudadanos de la ciudad en cuestión en potenciales consumidores de las posibilidades de ocio ofertadas: mañaneo, tardeo y todos los eos que estén por inventar los encontraremos seguro; ocio nocturno; posibilidades residenciales acordes a un estatus determinado y goce de las opciones culturales que a ciencia cierta nos satisfarán de uno u otro modo.
Es una herramienta turísitica fundamental en los tiempos que corren si pensamos en un plano competitivo: cualquier ciudad importante europea está suscrita al gen gentrificador.
¿Pero que hay de aquellos comercios, familias y trabajadores que sin comerlo ni beberlo se ven sometidos al capitalismo salvaje en sus propios hogares?
La oferta y la demanda suben, los precios de los alquileres se disparan y la droguería de la señora María no se puede mantener, por lo que la pobre mujer que durante cuarenta años ha mantenido con esfuerzo y dedicación desmedida su pequeño negocio se ve forzada a abandonar su bajo comercial y huir de ese nido de ratas especulativas maquillado de esperanza y oportunidades que antes llamaba hogar.
Ahí reside uno de los mayores males acallados por las derivas del mercado y su complicidad con los medios de comunicación de masas. Los residentes tradicionales se ven expulsados de su "hogar", pero no cuentan para nada, nadie piensa en darles una solución a cambio de todo el rendimiento cultural y económico del que la ciudad directa o indirectamente va a ser total beneficiaria.
Tampoco se tiene en cuenta el turismo excesivo que acarrea la disposición de un barrio entero como salón de entretenimiento para determinados estratos ya no sólo del propio país, sino también del extranjero.
La difícil convivencia que los vecinos soportan en los distritos afectados está forzada por el ideal de abarcar más de lo que se puede, de fomentar el Turismo exacerbado para hacer caja, sin importar civismo ni ética vecinal. ¿Es esa la imagen que deseamos dar al resto del mundo?
Alternativas para combatir las consecuencias
Existen soluciones extraídas por estudios realizados por sociólogas y sociólogos de gran reputación que de llevarse a cabo podrían paliar la agresividad del movimiento de gentrificación contra la identidad cultural e histórica de nuestros barrios.
Por un lado, la regulación exhaustiva de los locales de ocio nocturnos sin dejar lugar a la flexibilidad; es importante fomentar los negocios pero más aún saber convivir y respetar para que todos salgan ganando. En cuanto al problema de la especulación, se deberían desarrollar planes de vivienda que contemplen la estipulación de alquileres garantizados para cualquier estrato social que desee acceder a una residencia. Sería cuanto menos interesante huir de la focalización turística en una sola zona, pues evitando la concentración de ocio no se darían los encarecimientos de los pisos tal y como se dan en la actualidad.
En definitiva, si cada uno pone de su parte, se puede reconducir la situación, pero para ello es necesario pensar más allá del negocio e implicarse directamente en los problemas de los grandes afectados, las clases obreras residentes en los barrios elegidos para el desarrollo del movimiento, las víctimas de la gentrificiación.