Incluso a nivel universitario, y al contrario de lo que sucede en otros países europeos, la enseñanza pública en España está pensada para facilitar la tarea al profesor, no la de los alumnos, que son los verdaderos interesados en el proceso de aprendizaje. El sentido crítico no puntúa porque cuestiona los dogmas académicos.

No se puede esperar mucho de un sistema educativo como éste, así lo indican las estadísticas e informes de la Unión Europea, los estudiantes y los centros de enseñanza españoles figuran siempre por detrás de los países más avanzados de Europa, y con la mayor tasa de abandono y fracaso escolar de toda la U.E.

según la Unesco.

Los profesores siguen defendiendo sus privilegios frente al alumno, que es el verdadero protagonista de la educación. Así no se puede avanzar, los estudios señalan que los niños están especialmente dotados para el aprendizaje debido a su curiosidad innata y destacan en el pensamiento divergente, características típicas de los genios, pero estas facultades se van perdiendo poco a poco dentro del sistema educativo tradicional.

Al llegar a la universidad, la mayoría simplemente repite lo que ha aprendido, pero su capacidad para razonar por sí mismos se ve gravemente disminuida, y este proceso de estancamiento, cuando no de degradación, continúa hasta el final de la educación universitaria.

Pero dónde surgió la Educación Pública actual? Hagamos un poco de historia: En la antigua Grecia se estableció una enseñanza superior de debates abiertos y libres, la educación gratuita y obligatoria era cosa de esclavos. La idea fue retomada en los países europeos a principios del siglo XIX para educar a sus habitantes como súbditos obedientes de un gobierno que pretendía controlar a la mayor parte de la población nacional, a cambio de una enseñanza generalizada y perfectamente reglada a todos los niveles.

Con escasas variaciones, éste sistema básico es el que ha llegado hasta nuestros días, dejando además poco espacio para cualquier alternativa de enseñanza libre no programada, y a pesar de los avances que se han producido, la pobreza material y formativa de la enseñanza pública es sustancial: los alumnos siguen permaneciendo sentados ante la pizarra durante horas sin otra cosa que hacer que copiar apuntes, como si estuviésemos en pleno siglo XIX, a menudo en viejos e incómodos pupitres, muertos de aburrimiento y con el único fin de aprobar un examen memorístico.

¡Qué desperdicio de juventud!

Por poner un ejemplo concreto, en la Facultad de Humanidades de Toledo al menos hay aulas decentes de veinte o menos alumnos con mobiliario moderno, pero son sólo para extranjeros, principalmente asiáticos, los españoles tiene que conformarse con la típicas clases de cuarenta o cincuenta alumnos y mobiliario antiguo e incómodo, algo difícil de imaginar incluso en países como Grecia y Portugal.

No es un caso aislado, estamos una vez más en presencia de la España del esperpento, de la amargura de Goya y de Larra, de quijotes y sanchos alejados de la realidad, de pícaros y corruptos sin escrúpulos que sólo pueden convivir con la desidia de los gobernantes o en colaboración directa con ellos.

Los estudiantes, que se han criado en esta miseria intelectual y material, el día de mañana reproducirán lo que han vivido durante su fase de formación, puesto que la educación es la base de todo lo demás.