En los últimos años hemos notado un drástico descenso de nuevas matriculaciones en esta facultad de la Universidad de Castilla-La Mancha, hasta tal punto que en la actualidad se ha pasado de las dos aulas de primer grado a una sola clase de unos cuarenta asistentes según fuentes internas consultadas. Los alumnos toledanos han ido dando la espalda a la antigua carrera de letras, en parte por las pocas salidas laborales en contraste con otras carreras más pragmáticas, en parte por la mala gestión y calidad del profesorado que, por ejemplo, da prioridad a los alumnos asiáticos en un centro público.

Un futuro nada aliciente

El hecho comprobable de que la mayoría de los alumnos españoles acepte la situación como normal, demuestra el grado de alienación al que ha llegado este centro de enseñanza estatal, poniendo de manifiesto el bajo perfil buscado entre el alumnado autóctono, es decir, un acólito medio que no se haga preguntas y agache la cabeza ante unos mentores que se aprovechan de su confianza. El sistema tampoco favorece la excelencia, ya que no se centra en facilitar la tarea al alumno, sino al profesor.

El estudiante acomodaticio que no plantea problemas es el preferido por los profesores, que administran una facultad de todos como si fuese su cortijo particular, con tan poca inteligencia y tanta miopía académica que a la larga perjudica sus propios intereses.

Y ante el negro panorama que se avecina, los administradores se plantean ahora soluciones de emergencia cuando la única solución es el cese de tanta ineptitud a lo largo de los años, pero el daño ya está hecho. Como resultado toda una generación de neófitos marcados por la mediocridad.

La reacción de los descontentos

Desde las redes sociales, un grupo de alumnos y ex-alumnos hemos venido denunciando las anomalías observadas sin que los responsables se den por aludidos, sino es para amenazar con demandas judiciales que hasta la fecha no se han concretado porque los acontecimientos nos están dando la razón, han emponzoñado el sacro espacio dedicado a la educación, utilizando precisamente unas asignaturas tan atractivas para el pensamiento crítico y la filosofía, ante una población estudiantil que prefiere otras carreras más adecuadas para su desarrollo personal, donde los intereses económicos y académicos no se conviertan en obstáculos para una formación versátil, más adaptada al mundo competitivo donde vivimos.