Los vínculos que se establecen con la comida son más complejos de lo que parecen a simple vista y, muchas veces, de una visita al endocrino el paciente sale con un pase para el psicólogo. Existen componentes de tipo ansioso o relacionados con el estado de ánimo que influyen en la forma de comer. El nudo en el estómago, una situación de nervios o de pánico, son situaciones que no nos llevan precisamente a abrir el botiquín en busca de tranquilizantes o ansiolíticos, sino a abrir la puerta a la siempre socorrida nevera. Comer no solo es una necesidad, es un placer que puede convertirse en una forma de compensar el estrés diario y los factores emocionales que nos angustian, indican los especialistas.

También que está comprobado que el estado anímico y el nivel de ansiedad influye en la manera de comer y hasta que no aprendemos a estar más tranquilos no podremos modificar aquellos hábitos de nuestra vida que nos desagradan. Hay que comer de forma sana y saber disfrutar de la comida sin caer en autoreproches y sentimientos de culpa, que no harán sino empeorar la situación.

El misterio del mecanismo del hambre

El hambre está controlada por una glándula llamada el hipotálamo, que se encuentra en el centro mismo de nuestro cerebro. Cuando el nivel energético de las células disminuye, el cerebro lanza el aviso “quiero comer”, enviando al estómago una sensación de vacío. El problema es que una vez saciada esa necesidad, el hipotálamo puede ordenar seguir comiendo si recibe determinados estímulos, bien psicológicos o bien sean visuales.

El perfil del hambriento

Los grupos sociales con mayor tendencia a comer por motivos que nada tienen que ver con el apetito son estos:

  • Mujeres que se pasan todo el día en casa y liberan sus tensiones haciendo varios viajes al frigorífico.
  • Personas que en su jornada laboral comen correctamente, pero cuando llegan a casa compensa el estrés acumulado en el trabajo asaltando los armarios de la cocina, llegando a merendar hasta tres veces para después enfrentarse a una copiosa cena y recurrir al dulce antes de acostarse.
  • Aquellos que, por sus circunstancias personales (rupturas sentimentales, soledad, baja autoestima, depresión…), desahogan su mal comiendo. Son capaces de empezar con una galleta y terminar comiéndose dos cajas sin apenas darse cuenta.
  • Personas que por su ritmo de trabajo se acostumbran a comer de forma desordenada.

Factores determinantes

Chocolate, bollería, golosinas, alcohol, embutidos, aperitivos, comilonas familiares… estos alimentos y hábitos te engordan, pero también:

  • La soledad. Cuando se vive solo es más probable que se terminen abandonando los “buenos hábitos” para pasar a comer de forma desordenada y compulsiva, haciéndose cada vez más frecuente los picoteos a deshora.
  • El aburrimiento. Muchas personas son incapaces de pasarse una tarde en casa sin atracar la despensa.
  • La ansiedad. Las manifestaciones físicas de este trastorno pueden confundirse con un hambre
  • El nerviosismo. Muchas veces los nervios nos piden comida para aplacarse.
  • La depresión. La tristeza y la sensación de “nudo en la boca del estómago” son confundidas a menudo con una señal de apetito.
  • El insomnio. Las visitas nocturnas a la nevera son práctica habitual en los que tienen alteraciones en el sueño.
  • La ira. Un enfado prolongado puede llevarnos también a comer en exceso.

¡El estrés engorda!

Estudios médicos han sumado la obesidad como otra nefasta consecuencia de esa epidemia de la sociedad llamada estrés.

Cuestión hormonal. Cuando estamos estresados, el cerebro empieza a segregar una serie de hormonas, entre ellas la famosa adrenalina, que son capaces de provocarnos en cuestión de minutos una sensación de hambre voraz.

Esto es el caos. Cuando el estrés entra en nuestras vidas, tendemos a comer de forma compulsiva, desordenada y en cualquier momento. Lo más importante es que engullimos y apenas masticamos, con lo que hacemos peor la digestión y asimilamos mucho peor los alimentos.