Haciendo un balance global podemos decir que el coronavirus cobra vidas, desfalca el presupuesto público, arrasa negocios e intensifica conflictos. Asimismo, infiere en la situación política de un país. Por el momento, a nivel mundial, el COVID-19 ha sobrepasado la alarmante cifra del millón de fallecidos. La pandemia está desatada y evoluciona sin control por el planeta, salvo ciertas excepciones. Pero lo más preocupante es que no se percibe un posible final o la atenuación de la crisis sanitaria, ni de sus destructoras secuelas sociales y económicas.

El virus no discrimina en tipos de sociedades

La referida enfermedad no hace distinción entre países desarrollados y aquellos en vías de serlo. Latinoamérica ha sido duramente castigada con la pandemia, pero igualmente Estados Unidos, Europa y la India. La cifra menos alentadora de muertes per cápita –de acuerdo a la Universidad Johns Hopkins– la posee Perú, secundado por Bélgica, Bolivia, Brasil, Chile y España.

Encontrar algunos elementos positivos a lo largo de la pandemia no ha sido fácil, pero se han registrado algunos en el campo de la ética y la moral, producto de las reacciones sin precedentes que se le han dado a la enfermedad.

Por ejemplo, el profesor emérito de historia de la salud, el francés Patrick Zylberman, asegura que por primera vez en la historia se le da preferencia a la salud, en menoscabo de la economía, asumiendo el riesgo de deteriorarlas de momento, para auxiliar la salud colectiva.

Otra consecuencia positiva es que la circunstancia podría dar un impulso determinante a las tecnologías verdes, como las fundadas en el hidrógeno; precisadas por la reestructuración en algunas áreas como el transporte.

Daños secundarios

Para nadie es un secreto que una de las consecuencias nefastas de la pandemia es la recesión de las economías, al punto que la Organización para la Cooperación y el Desarrollo Económico (OCDE), de Francia, aplica un estudio continuado de lo que no duda en catalogar como “la más dramática recesión desde la II Guerra Mundial” y procura orientar a los perturbados gobiernos.

Esta institución enfatiza en la obligación de “reponer la confianza”, de procurar un ambiente de seguridad, si bien el Coronavirus continúa ocasionando daños.

La economista jefe de la OCDE, Laurence Boone, destacó que desconocen la rapidez a la que se seguirá propagando el virus, ni cuándo se dispondrá de una vacuna. Destacó asimismo que el COVID-19 continuará con nosotros por un tiempo más. Laurence Boone envía un mensaje esclarecedor a los gobiernos, señalándoles que la política sigue importando, y que todavía pueden hacer mucho.