El Fútbol ha evolucionado a lo largo del tiempo. Ahora manda el dinero y el espectáculo por encima del juego, lo que es mediático y rentable pasará por encima de lo que es realmente importante. El fútbol ya no es lo que era.

Semana tras semana vemos como los deportes de masas se han convertido en un negocio, con episodios violentos y cargados de escepticismos, pero en el caso del fútbol, todos estos atributos se agigantan. Muchos se atreverían a decir que es El DEPORTE. Así, en mayúsculas, porque parece que sea el deporte de todos, el más importante del mundo y con el que se pueden arreglar las vidas de miles de personas.

Aquel mismo del que todo el mundo conoce las reglas, pero pocos realmente las entienden.

Ser gigante suma a favor de este deporte porque lo socializa y favorece la cohesión de todos aquellos que, en alguno de los ámbitos, tienen alguna cosa en común entre ellos. Pero también causa el efecto contrario, promulgando el discurso del odio hacia aquel que es contrario a ti, la competitividad extrema, y la victoria por encima de todo, incluso de los valores. La repercusión mediática que tiene cualquier cosa relacionada con alguno de los equipos más importantes nos indica que es el pasatiempo favorito de este país. Un deporte que nos hace olvidar los problemas diarios, y que provoca que diversos diarios de tirada nacional, por ejemplo, le dediquen más espacio a una remontada del Barça en Champions en portada, antes que a un personaje político que confiesa abiertamente el financiamiento ilegal de un partido.

Es hasta este punto donde ha llegado el fanatismo.

El fútbol como religión

Para algunos, el fútbol se puede convertir en una religión, pero su euforia puede llegar más allá. Como dijo Bill Shankly, exentrenador y jugador británico: “Algunos creen que el fútbol es una cuestión de vida o muerte, pero es mucho más importante que eso.” Poniéndonos en el contexto de un fanático del Liverpool, podemos pensar que esta afirmación es exagerada, pero desgraciadamente hay aficionados que la siguen al pie de la letra.

Semana tras semana, la violencia y las agresiones se han colocado en la agenda habitual del espectador de fútbol, pero lo peor de todo es que no se tiene mesura, y que los medios tan solo se hacen eco de los sucesos más graves. Solo para poner un ejemplo, un partido entre niños de 13 años que acabó en una batalla en las gradas provocó que un niño, mero espectador del partido, acabase agredido.

El futuro, incierto

¿Hasta qué momento continuaremos siendo espectadores pasivos de estas lamentables escenas? Los principales medios españoles se muestran contrarios a este tipo de imágenes cada vez que aparecen, pero son los mismos que semana tras semana incitan al odio hacia una persona que, haciendo su trabajo, erró pitando un penalti que no era, o no pitó uno que para ellos sí que era. Es un claro ejemplo de lanzar una piedra para después esconder la mano. Un claro ejemplo del poder de los medios, que lamentan unas imágenes que ellos mismos han provocado, a lo largo de muchos años que perpetúan lo que se puede ver semana tras semana en muchos campos de fútbol, sobretodo de categoría regional, donde las medidas de seguridad son mínimas.

Para paliar esto parece que la única solución es la educación, pero… ¿quién educa a las futuras generaciones para que estas cosas no pasen, si quienes deben de educar las están provocando ahora? El deporte, en general, es enriquecedor y se debe de vivir como tal. Ni para el negocio de unos, ni para la euforia de otros. Vivamos el fútbol, y disfrutémoslo con moderación.