No voy a entrar en este limitado espacio a opinar sobre sí la serie fue terminada a las apuradas, si el desarrollo argumental de algunos personajes fue forzado, la rapidez de algunos desplazamientos, o si todo fue culpa de un menor presupuesto y la menor cantidad de capítulos.

Como espectador, hubo cosas que me gustaron y otras que no, decisiones argumentales que compartí, y otras que no. Pero al final, cuando hay que pasar raya, el resultado final me sigue gustando, y el último capítulo me resultó muy satisfactorio, especialmente por su trama Política.

Política. Siempre Política

Es bueno recordar que, más allá de lo fantástico: dragones, caminantes blancos, sacerdotes con poderes de resurrección, profetas, asesinos que cambian rostros, “cambia pieles”, gigantes, Niños del Bosque, y demás elementos; el nudo central de la serie ha sido siempre, quién se terminara sentando en el trono de hierro… si es que alguien terminaba sentándose en él.

Vale recordar que, para escribir su saga, George Martin se inspiró –parcialmente- en la Guerra de las Rosas, un conflicto dinástico entre dos familias nobles de Inglaterra, que desangró varios años a ese país.

Las primeras cuatro temporadas, fueron básicamente, una serie sobre el poder ambientada en la Edad Media.

Ambiciones, intrigas, pactos, traiciones, guerras, ideales, falsedades, mentiras. La serie tenía todo. El centro de esa actividad era Desembarco del Rey, la capital del reino; pero incluso en la Guardia de la Noche, el cuerpo de vigilantes que controlan las amenazas que puedan venir de más allá del Muro, que separa el Norte del reino, del resto del norte helado y salvaje, había política.

De hecho, es utilizada como un instrumento político desde los centros de poder, exiliando a nobles que cometieron delitos, siendo una especie de colonia penal para delincuentes, y siendo lugar de acogida de bastardos e hijos menores de casas nobles.

Con la amenaza cada vez más próxima de los Caminantes Blancos, el enemigo sobrenatural, que significaba la muerte definitiva, el olvido absoluto, a partir de la 5ª temporada la serie fue girando hacia lo fantástico y macabro.

Pero una vez derrotado el Rey de la Noche y su séquito, la serie volvió a centrarse en la política. Política por medio de la guerra, porque como dice la canción de Tabaré Cardozo “el mapa es un papel que se reparten los reyes, mientras los hombres pelean”.

Castigo, justicia y fuego

En este contexto, es que se da el “descenso al lado oscuro” de Daenereys Targaryen, la Madre de Dragones, la Rompedora de Cadenas. Aunque, como bien dice Tyrion (que en los dos últimos capítulos vuelve a demostrar ser una de las personas más inteligentes de todo Poniente) si fue aplaudida cuando quemó a los esclavistas de Astapor, si muchos consideran que hizo justicia al crucificar a los Sabios Amos de Mereen, que antes habían crucificado esclavos (incluso niños) como burla hacia ella, si todos se inclinan después de salir indemne de un incendio en el que acaba de hacer arder a varios Khals; ¿por qué no iba a creer que estaba haciendo lo correcto cuando decidió arrasar con la capital?

Ella misma lo dice cuando justifica su decisión: Cersei estaba usando a la gente de escudo, para impedirle actuar. La estaba saboteando poniendo miles de cuerpos inocentes entre ambas.

Unos capítulos atrás, antes de que desatara toda su furia de fuego, el mismo Tyrion, hablando con Varys, la justificaba. ¿Cómo no se iba a sentir una predestinada con todo lo que había pasado? Hija de rey, criada en el exilio junto a su hermano abusivo, que la vendió a una especie de colosal Gengis Khan, quien también abusó de ella, pero del que (Síndrome de Estocolmo mediante) eventualmente termina enamorada, solo para perderlo por las malas artes de una bruja, adentrarse en una pira funeraria, y emerger, ilesa, con tres dragones recién nacidos.

Las dos observaciones de Tyrion son perfectas. Es fácil decirlo con el diario del lunes, pero siempre hubo un componente mesiánico en la personalidad de Danny. Basta ver los títulos que se auto adjudica. Es sólo que, cuando su furia se desataba sobre gente mala, sobre personas abyectas llenas de vileza, sus seguidores, y nosotros los espectadores, celebrábamos esos actos de justicia.

El discurso del enano es tanto para Jon, como meta-televisivo. Nos interpela a nosotros, espectadores, cuando la mayoría asistimos, no acríticamente, sino directamente con regocijo, a la justicia expeditiva contra los esclavistas, los Sabios Amos, y los señores de los caballos. Incluso, entendimos como justo que mandara quemar viva a Mirri Maz Dur, la bruja por la que pierde su embarazo y deja como un vegetal a Khal Drogo.

Fue necesario que pasara un Hiroshima televisivo, para apreciar la verdad desnuda. Aun en ese caso, hay quien la apoya, como Jon/Aegon. Quien la defiende. Incluso después de su discurso de tono fascista. No satisfecha con haber derrotado a Cersei y accedido al trono, piensa seguir con su misión “liberadora”, seguir derrocando tiranías de “Winterfell a Dorne” y de “Pentos a Qarth”, o lo que es lo mismo, todo el mundo conocido en la serie.

Algo parecido sucede en las películas de superhéroes. Nos sentimos horrorizados cuando Thanos chasquea los dedos y hace desaparecer la mitad de la vida, en Avengers: Infinity War. Pero festejamos el momento en que Tony Stark chasquea los dedos y hace desaparecer a Thanos y sus huestes en Avengers: Endgame.

Seguro, son ficciones. Producciones hechas para entretener, no para filosofar (más Avengers que Juego de Tronos) pero el tema, es que eso que vemos en pantalla, cuando celebramos que Daenerys haga justicia en forma sumaria, internalizamos la idea de que en las circunstancias dadas es correcto aplicar el Código de Hammurabi, ya sea en una serie ambientada en un Medioevo fantástico, en el Universo de Marvel, o en el mundo Occidental en el año 2019.

Continuará...