Guillermo del Toro ha estrenado su última pelí­cula: La Forma del Agua. Descrita por el cineasta como una fábula para tiempos problemáticos, se erige como seria candidata a arrasar en la 90º edición de los premios Oscars, con hasta 13 nominaciones, y la admiración de toda su audiencia.

Pocas veces nos encontramos con una pelí­cula como la que nos ocupa. Una historia peculiar, solamente posible gracias a la portentosa imaginación de un director extraño, cuyas pelí­culas bien podrí­an catalogarse como imposibles. Las ideas de Guillermo del Toro, en papel, son ridículas, y bien se ganarí­an el rechazo de cualquier productor ávido de beneficios.

Pero lo cierto, y aun con todo, es que funcionan, y La Forma del Agua puede que no sea la mejor pelí­cula del mexicano, a opinión de un servidor, pero sí­ es la que mejor define su ingenio, honestidad, y buen hacer para con el cine.

"Los monstruos son parte de mí", siempre ha dicho Del Toro. Cada una de sus cintas está repleta de criaturas fantásticas, mostradas con el más absoluto de los respetos, y con un diseño que difícilmente olvidaremos. La película que nos ocupa cuenta con un hombre anfibio, que, en vez de devorar a la joven, se enamora de ella.

Simple, reiterando lo absurdo, pero sí­, funciona. Llevada con mano maestra, Sally Hawkins interpreta a la mujer, limpiadora, muda, invisible para los "importantes" que toman las decisiones.

Y es imposible no solo quedarse admirado por su ternura, que capta nuestra simpatí­a al instante, sino también por una actuación que deleita.

No imagino al personaje bajo otra piel que no sea la que Hawkins. Doug Jones interpreta al monstruo, con la delicadeza que siempre ha precedido sus otros trabajos junto a Del Toro, y prácticamente roba cada imagen en la que aparece.

Michael Shannon, Octavia Spencer o Richard Jenkins, entre otros, acompañan al dúo principal con gran dinamismo, teniendo sus propios arcos de desarrollo pequeños, que consiguen hacerlos memorables.

La historia de La Forma del Agua en sí­ misma no es sorprendente

Los personajes son arquetipos conocidos: el malo, los héroes, los enamorados, los compañeros fieles a la causa.

No se trata del contenido, tanto como la forma. La Bella y la Bestia, simplificada, pero tratada de una manera más adulta, sin miedo al dolor, o al horror. Y es que, como viene siendo común en las películas del director, aunque sea un bello relato, no oculta lo cruel que puede llegar a ser el mundo.

La Forma del Agua llega como consecuencia de una época extraña, una época en la que todos parecemos olvidar lo que es amar nuestras diferencias, y donde la segregación parece llevarse por bandera. Esta historia habla del amor más allá de barreras, más allá de oposiciones, y resulta más importante que nunca, para recordar lo que nos hace humanos: la tolerancia, la aceptación mutua, y el amor.