Las mujeres del Machismo
La libertad es una de esas grandes palabras que la mayoría de nosotras, las personas, asumimos como propias. Y, es cierto, somos libres. Es un atributo que nos viene otorgado por el hecho de ser humanos.
Muchas de nuestras abuelas y madres se casaron, tal vez por amor, tal vez por conveniencia, o tal vez, porque si no lo hubieran hecho, pues se hubiesen quedado para “vestir santos”. Muchas de ellas, en el núcleo familiar sin ir más lejos, ponían la mesa, hacían la comida, y luego lo limpiaban todo. Las hijas ayudábamos, si nos dejaban, porque ese era su territorio, y nadie se extrañaba de ver como los varones se sentaban a la mesa y luego se levantaban ocupándose de otros sus asuntos.
Eso era lo normal.
Pensareis que ahora eso ha cambiado, que el rol de la mujer es otro muy distinto. Ahora las mujeres tienen acceso al conocimiento, tienen derecho al voto, y saben plantarse cuando detectan que alguna pareja o miembro de su familia las intenta controlar. También es cierto.
Hemos accedido al mercado laboral, y a la vida pública (con una pequeña ayuda de la discriminación positiva y de lo políticamente correcto, que siempre obtiene votos). Los hombres están de acuerdo en todas estas cosas en la sociedad occidental, o eso dicen porque claro, es lo políticamente correcto.
Cuando a una mujer, como a cualquier otro hombre, le gusta practicar el sexo, con o sin relación romántica de por medio, también se considera normal ¿no?
Cuando una mujer “oye” que a otra mujer le gusta el sexo, y, como su entorno social no lo considera especialmente relevante, no le importa, sigue siendo su amiga y relacionándose con ella normalmente, porque todos lo hacen ¿cierto?
El problema es la normalización del machismo
El problema no está en los hombres y no está en las mujeres.
El problema está en la normalización de la cultura machista, que tanto unos como otras hemos interiorizado, y por supuesto, el riesgo aterrador de quedarse relegada al ostracismo total.
Duele, es lamentable, indignante, el oír como una mujer tilda a otra de la peor de las palabras posibles que todos sabemos que empieza por “p…”, el estigma femenino por excelencia.
Pero esa mujer no lo hace por un odio especial, ni siquiera por ningún tipo de odio en absoluto, lo hace por una cultura específica que se le ha transmitido, y por el miedo a ser considerada como una igual a la excluida.
Así que, con la mentalidad pragmática que caracteriza al género femenino, actúa como una “buena mujer”. Condena esa conducta reprobable.
Ambos, el odio de las mujeres contra las mujeres, así como la mentalidad pragmática de las mismas, no son sino falsos mitos creados por esa misma cultura milenaria de la que ni unos ni otras nos podemos sustraer.
Hay que cambiar siglos de cultura machista
Es un trabajo titánico tratar de cambiar siglos de cultura machista, de un mundo de hombres hecho por los hombres, de la noche a la mañana, o, lo que sería peor, de manera individual.
Y, así, como si tal cosa, como es lo normal, seguimos nosotras perpetuando esa misma cultura y alimentando los mismos mitos que la han construido.
Pero la realidad, como suele suceder, tiene múltiples caras. Esa realidad no es la que queremos las mujeres, ninguna, me atrevería a decir, por el contrario, la aborrecemos, pero no vamos a arriesgar nuestra reputación ni aceptación social por unas convicciones que no van a llevarnos más que al desastre. Y, lo que es más preocupante, muchas de nosotras hemos interiorizado hemos hecho nuestras esas convicciones, que ese es el factor más grave, y nos las creemos, porque seguimos queriendo llevar esa vida de buenas mujeres en la que nos han educado.
Y ese es precisamente el factor que no altera el producto, puesto que estamos, queramos reconocerlo o no, educadas en esos valores, en esas conductas propias, y así es como educamos a nuestra progenie, de manera que, poco, o casi nada, cambia.
Y no estoy hablando de políticas de estado, me estoy dirigiendo a todas y cada una de nosotras, porque todas y cada una de nosotras somos las que tenemos el poder, sí, ese poder que, sí, tanto miedo da a los hombres, y por eso nos quieren castrar no solo como mujeres, sino como seres humanos que somos.
Y nosotras, prudentemente, respondemos a ese miedo, queremos ser esas “buenas mujeres”, confundiendo el término con el de “buenas personas”.
El feminismo existe porque se ha normalizado lo anormal, porque se ha hecho creer que es lo correcto y, para cambiar eso, primero, hacer falta ser consciente, y, segundo, como dice la canción, hace falta valor, porque esto es una escuela de calor.
Que aportamos las mujeres
Aportamos pequeñas cosas, que hacen los grandes logros. Aportamos todas y cada una la actitud de servir, no a ningún hombre o mujer, sino a nosotras mismas. Podemos en nuestro día a día ofrecer un talante de respeto, y con eso conseguir respetarnos y que nos respeten, que nos consideren iguales en todos los ámbitos y en todas las esferas.
Porque la base sostiene la pirámide, y tenemos una base sólida, todas juntas, y ejercer la libertad para restituir el desequilibrio que motiva esta, espero, pequeña reflexión.