Cuando una persona empieza a oír voces dentro de su cabeza, a ver cosas que solamente ella puede ver, y a tener sensaciones corporales sin ningún estímulo exterior aparente, el mundo que ha conocido hasta ese momento ya ha cambiado por completo y para siempre debido a la esquizofrenia.

Esquizofrenia: la experiencia interior

En un primer momento se produce un impacto descomunal, una sensación de incredulidad frente a la propia experiencia, de todo punto imposible, pero innegable al mismo tiempo, ya que está ahí, ocurriéndole. Es como un cristal que se rompe en mil pedazos en una explosión sin precedentes, rompiendo la barrera entre la realidad conocida y lo desconocido, que acaba de irrumpir sin ser invitado, en el orden de lo racional.

Surgen las preguntas sobre el “qué”, el “cómo” y el “porqué” de lo que está pasando. La mente se revoluciona, empieza a trabajar ininterrumpidamente para resolver estos enigmas. ¿Qué es lo que me está pasando? ¿Cómo es posible que me ocurra esto? ¿Por qué me está pasando esto?

Son preguntas formuladas desde la lógica y la necesidad del alma humana de encontrar un sentido para todas las cosas. Pero son cuestiones imposibles de resolver desde una perspectiva lógica, desde la razón, ya que pertenecen, por su propia naturaleza, a lo irracional. Surge una feroz resistencia ante la contundencia de esta realidad incuestionable que reclama un enfoque diferente para el que muy pocos están preparados.

La mente elabora multitud de hipótesis que tratan de dar una explicación al fenómeno apabullante al que se ve sometida. Hipótesis que parecen tan increíbles y descabelladas como la propia realidad de los hechos psicológicos que tratan de desvelar. La persona intenta desesperadamente terminar con esos hechos, eliminarlos y confinarlos al olvido en alguna remota zona de lo imposible, ignorante también y todavía de esta fútil tentativa, pues las voces, visiones y sensaciones corporales no están dispuestas a desaparecer ni a ser aniquiladas.

Al contrario, cuánto más fuerte es la voluntad de eliminarlas, tanto más permanecen, se refuerzan y se consolidan.

La oposición de los contrarios

Esta lucha interior genera una tensión máxima, entre el agotador esfuerzo por comprender y liberarse que impone la razón, y su contraparte, inmune por completo y empeñada en permanecer, en espera de ser reconocida por su anfitrión.

Emergen sentimientos de enfado, injusticia, impotencia y miedo, un miedo cerval ante lo desconocido, que ha entrado por la puerta y se niega a abandonar la casa. Todo esto conlleva una carga emocional insoportable, y las preocupaciones y actividades cotidianas, el normal funcionamiento de la vida, pasa a ser invadido por este agente extraño, que irrumpe y ocupa todo el espacio de la mente, sin dejar sitio para nada más.

La persona de tal forma invadida va constatando en la más absoluta desesperación como, de repente, es incapaz de gestionar los asuntos que hasta entonces habían sido objeto de su atención. Ya no puede relacionarse como antes, porque cuando está con sus amigos su mente está en otra parte, y trata inútilmente de seguir con la normalidad sin, naturalmente, conseguirlo.

Cada vez tiene menos contacto con sus allegados, sin comprender realmente por qué, y, otra vez, cuanto más intenta seguir viviendo como siempre, más se escapa de ella esa vida que ya no existe. Sus amigos se van alejando, piensa, sin darse cuenta de que ya no está presente para ellos. Sus relaciones se deterioran y las va perdiendo, hasta quedarse en el aislamiento y quedar en el ostracismo total. Se propone nuevos proyectos, en el ámbito laboral, social o personal, pero todos abocan indefectiblemente al fracaso.

Empieza a pensar que puede que sí que haya hecho algo malo para merecer todo lo que le está pasando, y entonces se pone a buscar qué cosas en la vida pueden haber propiciado tal castigo.

Se propone cambiar, ser mejor persona, tal vez así las voces dejen de criticarle por todo. De nuevo, en vano.

En este esfuerzo titánico por conciliar una vida “normal” con su nueva experiencia, se consume la persona que padece de esquizofrenia. Sufre interiormente y sin consuelo, porque nadie le puede entender, no encuentra ningún cómplice de lo que le acontece. Le toca lidiar por sí misma con su soledad y su sufrimiento, pues nadie está dispuesto a bajar con ella a sus infiernos. La carga emocional que soporta solo contribuye a incrementar el problema, más aún cuando ha perdido la calma y ha entrado en guerra con el mundo entero.

La gente le mira “raro” y se aleja, o le hace comentarios como si supieran lo que le dicen sus voces, lo que ve en sus visiones.

Es como si un “otro” que siempre es el mismo le hablara a través de la gente y de todo lo que le rodea. Le envía mensajes en los libros que lee, en los anuncios publicitarios, y a través de los locutores de radio y televisión, que responden a sus pensamientos.

Ha perdido el control de su vida, y ese “otro”, que está en todas las cosas y dentro de todas las personas, se ha hecho con él. Todos piensan que es un “borde”, y un vago porqué no quiere trabajar o hace que lo intenta pero abandona todas las oportunidades que se le presentan “¿No te da vergüenza?”

Los años van pasando y todo sigue igual. Ha perdido a los amigos y no tiene trabajo. Es una carga para su familia secretamente decepcionada y obligada a hacerse cargo, para su propia vergüenza y fracaso.

Ante tal situación, le da por pensar que, dada su incapacidad de resolver el “problema”, tal vez no haya solución posible, así que se plantea si no sería mejor tal vez quitarse de en medio, acabando con su sufrimiento y dejando de hacer sufrir a los que ama.

Pero cuando sale a la calle con esa idea en mente, una oleada de viento fresco limpia su cara, las hojas verdes de los árboles bailan juntas con la música de los pájaros y en ese momento siente que, después de todo, en el fondo, está en comunión con la vida, que le llama.

“Cuándo los hombres se levantan del lecho se imaginan que han dejado el sueño de sí y no saben que son víctimas de sus sentidos, convirtiéndose en presa de un sueño mucho más profundo que aquel del que acaban de salir.

Solo existe una forma de vigilia y es a la que tú te acercas ahora. Háblales a los hombres de ello: te dirán que estás enfermo pues no pueden entenderte. Por eso es inútil y cruel decirles nada. Van como un río…Y están como dormidos. Igual que la hierba que pronto se marchita…que se rompe al amanecer y se seca”, Gustav Meyrink, “El golem”.