El origen de la voz popular cubana que bautizó al coche fúnebre con el nombre de “la lechuza”, se remonta al siglo XIX, pero no está claro; ni de otros sobrenombres con los que el pueblo cubano se refiere, por ejemplo, a los cementerios les llaman “reparto boca-arriba”, “barrio horizontal”, etc.
El velorio cubano
Y en pleno siglo XXI, la gente, cuando se cruza en la calle con un coche de la funeraria que regresa del camposanto, o si ve volar en la noche a una lechuza, todavía grita ¡Sola vaya!
Los cubanos, no ven a la muerte como parte de la vida, sino como algo misterioso y a la vez ajeno; siempre creen que se va morir “el otro”.
De ahí que el velorio cubano ha sido ocasión durante siglos para reunir a los amigos y familiares; tomar café, ron, pero sobre todo para hacer cuentos, mientras el difunto de tanto en vez es olvidado en su imperturbable horizontalidad.
Funerales gratis: un “logro” revolucionario
Entre los logros harto promovidos de la revolución cubana, el gobierno siempre menciona la gratuidad de los funerales, regulados eso sí como todo en Cuba: una caja de pino forrada en tela gris, dos termos de café y algunos bocadillos para pasar la madrugada. No se paga ni la incineración ni el enterramiento, ni el coche fúnebre. Todo gratis.
Sin embargo, en los años duros del tristemente célebre Periodo Especial (1993-1998) fui testigo de entierros y velorios insólitos.
Fueron situaciones incómodas y humorísticas a la vez, guiones propios del teatro bufo, relatos de Halloween.
Otras historias asombrosas
Una vez, en 1993, en la ciudad de Santa Clara, la caja donde yacía un querido amigo mío hubo que reforzarla con clavos, en medio del velorio, porque casi se desarma en presencia de todos; lo cual hubiese sido terrible.
Pero esto no fue lo peor: casi todos los días el “carro de los muertos”, es decir “la lechuza”, carecía de gasolina o presentaba problemas en el motor, y a menudo el cortejo debía detenerse antes de llegar al cementerio municipal. Entonces no quedaba más remedio que esperar en plena calle a que arribase otro carro y efectuar “la permuta” del occiso ante el pesar de sus dolientes.
En otra ocasión, en la ciudad de Morón, asistimos a un funeral donde, llegado el momento de salir el cortejo, asombrosamente el administrador de la funeraria anunció que las dos carrozas fúnebres estaban en el taller de mecánica. Entonces, la gente presente decidió llevar el ataúd en un carretón tirado por caballo (como en el siglo XIX); pero el administrador, con apoyo de la policía, informó que eso no estaba permitido en el “proceso revolucionario”. En fin, hubo que esperar más de lo aconsejado en estos casos, hasta que repararon la carroza.
No vaya a creer el lector que lo relatado es otro “cuento de velorio”: son crónicas de la vida y de las falacias de un sistema que te persigue hasta la misma muerte.