Su mirada melancólica en el Museo del Prado ha pasado a convertirse en el prototipo renacentista del alma austera y franca de los castellanos. Mucho se ha especulado sobre la desconocida identidad de El caballero de la mano en el pecho, pero es bastante claro, después de revisar los retratos del genio de Toledo, que se trata de Rodrigo Vázquez de Arce, amigo del pintor, a la derecha, más envejecido que en los dos primeros retratos pintados hacia 1580, entre ellos San Mauricio. Es sabido que El Greco utilizaba personajes reales en sus obras, el parecido resulta evidente: los mismos ojos, nariz, boca, barba y pelo, además tanto el segundo como el último llevan una joya emblemática colgada, que se oculta entre la ropa.
Siguiendo con nuestras pesquisas, otro detalle curioso de este personaje, revelado tras una restauración, es que el hombro izquierdo está más hundido que el derecho, apreciable también en la figura de cuerpo entero de San Mauricio a pesar de su capa. La cronología coincide, ya que el retrato del anciano presidente del Consejo de Castilla se realizó en la década de los noventa, podría tener por tanto veinte años más que el misterioso caballero, nadie mejor para representar el espíritu castellano.
San Mauricio, en cambio, estaría más rejuvenecido por la idealización del mártir cristiano al que alude la leyenda de la legión tebana, cuadro realizado para Felipe II, no obstante, el estilo es bastante diferente a los demás, puesto que adopta unas características que recuerdan más a Miguel Ángel que a la Pintura veneciana a la que pertenece El Greco.
Y finalmente, el rasgo que más llama la atención, dando nombre a la obra, es la mano en el pecho, una pose testimonial para destacar su nobleza, se quiso entender como revelador del oficio del retratado, Vázquez de Arce era jurista, con un gesto forzado, uniendo los dedos anular y corazón, característico del manierismo grequiano (el Expolio y otras pinturas).
¿Tiene algún significado oculto?
Las nuevas normas de la Contrarreforma católica, promulgadas para limitar la libertad de los artistas, hizo que los manieristas como El Greco agudizasen el ingenio para burlar la censura, por ello recurren al símbolo y a otras técnicas más que nunca, para exponer sus conocimientos e ideas sin soliviantar a los clientes o a la Inquisición, a quienes, llegado el caso, se les engañaba con fábulas.
Sin embargo, en más de una ocasión, El Greco, de personalidad pretenciosa y gustos extraños, tuvo serios problemas con las extravagancias que se observan en toda su obra, alimentando las sospechas de esoterismo en su círculo de amistades más cercano, formado por judíos conversos, griegos no católicos, intelectuales humanistas o miembros de sectas ocultistas como Benito Arias Montano, bibliotecario del Escorial.
Sería interesante que académicos tan reputados como Fernando Marías y Palma Martínez-Burgos se dedicasen a mirar bien y buscasen un retrato de Rodrigo Vázquez de Arce más joven, en vez de dedicarse a impartir interpretaciones trasnochadas desde sus poltronas sobre Domenicos Theotocopoulos, tal es la opinión de Joaquín Melendo, uno de los investigadores más avanzados en esta línea de estudio libre de prejuicios. Así se resolvería definitivamente el misterio, mantenido de manera incomprensible durante siglos a pesar de estar bien a la vista, quizás por ser uno de los mayores encantos de esta famosa pintura.