Los baños públicos y la higiene en el siglo XVIII
Los aristocráticos británicos que viajaban en el siglo XVIII, eran seducidos por los placeres del baño islámico o hammams, los comentarios alcanzaban tonos líricos de entusiasmo en sus relatos. La incansable viajera, escritora y poeta Mary Wortley Montagu relata una experiencia personal en uno de los mejores baños de Constantinopla, donde asistió como invitada a una recepción de boda, en la cual las jóvenes componentes del cortejo nupcial “aparecieron sin otro ornamento o cobertura que sus propios largos cabellos trenzados con perlas y cintas… No es fácil describir la belleza de este espectáculo, la mayoría eran bien proporcionadas y de piel blanca, todas suaves y relucientes por el uso frecuente del baño”.
No es de extrañar la novedad que representaba en la Europa de la época, salvo excepciones, (por ejemplo Portugal, donde el baño era costumbre cotidiana) cierta repulsión y rechazo a la higiene personal diaria ya que se consideraba que el uso de las abluciones producía enfermedades. En Francia, la marquesa de Pompadour gastaba fortunas anuales en fragancias para anular los olores naturales que hubiesen desaparecido con agua y jabón, por su lado se dice que la Du Barry (última amante de la aristocracia francesa) usaba almohadilla perfumadas pegadas al cuerpo para seducir a Luis XV. El que deseara disfrutar de un baño debía utilizar una bañera transportable que era llenada a mano.
Cuando la reina Victoria ascendió al trono en 1837, el Palacio de Buckingham no contaba con sala de baño y el Castillo de Windsor estaba infestado con 53 pozos sépticos totalmente llenos.
Fueron los reformistas británicos, particularmente el diplomático y parlamentario escocés David Urquhart, los que levantaron sus voces a favor del adecentamiento de las costumbres sanitarias: “Debemos tener un standard de limpieza lo mismo que uno de la verdad” y continuaron: “Debemos elegir uno probado por larga experiencia y utilizado desde la antigüedad, esto es el baño”.
Se referían al tratamiento completo islámico, que hace énfasis en la limpieza de los poros desde adentro por medio de la transpiración y, desde afuera por medio del agua y el jabón. Fue el mismo Urquhart quién lo llamó “baño turco” y encabezó la lucha para la construcción de dos grandes baños públicos en Londres, por supuesto estaban provistos de departamentos privados, para que los pacatos victorianos pudiesen sudar en aparente soledad.