Pero había otro idólatra de la congregación, el Inquisidor del norte de Francia, un cátaro arrepentido que no era mejor que Conrad de Marburg, llamado Robert Lebuck, quien llevaba a cabo juicios escandalosos y en una de sus implacables sentencias, llevó a la hoguera 183 Cátaros en un solo día. Después de años de protestas de los obispos de Francia, el Papa encarceló a Robert y lo destituyó de su cargo, al considerarlo extremadamente duro y peligroso.
La Iglesia debía hacer algo y seguramente habría gente más capaz y menos extremista que los dos inquisidores anteriores, fue entonces que el Papa Gregorio IX pensó en los monjes Dominicos, a quienes consideraba capaces de dirigir a la Santa Inquisición, pues además de ser teólogos, también estaban acostumbrados a luchar contra la Herejía.
A mediados del siglo XII, el Papa anunció oficialmente a los obispos, que los Dominicos serían los comisionados para realizar la tarea de Inquisidores, persiguiendo a los grupos herejes en Francia, Italia, España y Alemania, lugares en donde había una red informal de clérigos espías que informaban de cualquier rumor local, de modo que facilitaban la localización de los grupos herejes, además de pedir a los ciudadanos que se consideraban buenos católicos, que denunciaran a cualquier persona que ellos consideraran herejes.
El inquisidor tenía que tener al menos dos testimonios que demostraran la culpabilidad del acusado, y muchas veces, los inculpados no se enteraban de nada hasta que se eran convocados.
Una vez acusado de herejía, era muy difícil demostrar tu inocencia.
Algunos manuales de la manera en la que la inquisición llevaba todo en secreto, rebelan de manera fascinante todo lo que ocurrió en ese periodo. Un ejemplo es el inquisidor Dominico, Bernard Gui, cuyas proezas inspiraron la novela "El nombre de la Rosa" y quien en el año 1324 escribió un libro llamado "Conducta de interrogación relacionada con la depravación hereje" en el que se resumen 17 años de experiencias personales contra la herejía.
Los inquisidores recurrían a cualquier cantidad de trucos y engaños para conseguir la confesión de los prisioneros, pues todo se hacía para llegar a la verdad. Uno de los métodos más espeluznantes a los que recurrían los inquisidores era la tortura, método que en la edad media se consideraba legal para obligar a los herejes a decir la verdad.
Antes de 1252, la iglesia no permitía el uso de la tortura, pero después de que los Cátaros mataran al inquisidor Pedro Mártir, el papa Inocencio IV autorizó la tortura argumentando que se trataba de ladrones y asesinos de almas. El notario del inquisidor siempre estaba listo para anotar en el momento en el que llegara la confesión, que muchas veces era confesada aún sin ser verdad, simplemente para no seguir siendo sometido a los crueles métodos que usaba la Inquisición.
Durante los siglos XIII y XIV, los sacerdotes inquisidores recorrieron todo el sur de Europa, recibiendo acusaciones de herejes, el temor de la gente les obligaba a traicionar a vecinos y amigos. Muchas veces se obligaba a los convictos a vestir de una forma particular para hacer pública su vergüenza.
Solían llevar una cruz amarilla en su ropa, una al frente y otra detrás, quienes se convertían en escoria de la sociedad, pero su castigo era nada comparado al castigo que recibían los herejes reincidentes, el castigo para ellos era la ejecución.
En la siguiente y última entrega: ¿De qué se acusaba a los Caballeros Templarios y a Juana de Arco?