La Organización de Naciones Unidas para la Agricultura y Ganadería (FAO) cree que hay que normalizar el consumo de Insectos en los países occidentales y por esta razón, el 1 de enero de este mismo año, la UE aprobó una nueva normativa que autoriza y fomenta la comercialización y el consumo de insectos.
Actualmente, más de 2.000 millones de personas consumen insectos de forma habitual, sobre todo en China, Tailandia y países del sur de América y África. Se conocen hasta 1.900 especies distintas de insectos comestibles, las más comunes son escarabajos (31%), mariposas y polillas (18%), abejas, avispas y hormigas (14%) y saltamontes (13%).
Y es que los insectos suponen una gran fuente de proteínas, fibra y minerales.
Por ejemplo, los gusanos de harina están formados en un 17% por hidratos de carbono, en un 54% por proteínas, lo que equivaldría a un huevo o un pollo, y contienen menos grasas que estos, un 15%; otro claro ejemplo es el grillo que contiene cinco veces más magnesio que la carne y tres veces más hierro que las espinacas.
Pero no solo son un buen alimento, sino que también su consumo reduciría la expulsión de gases de efecto invernadero. Un estudio realizado por la Universidad de Wageningen (Países Bajos), demostró que los gusanos solo producen 2,7 kg de dióxido de carbono frente a los 200kg, incluyendo metano, que produce una vaca al año. Además, los gusanos necesitan mucho menos espacio, se reproducen más rápido (ponen unos 1500 huevos a lo largo de su vida) y pueden contribuir a la producción de compostaje, mediante la descomposición de desechos.
Después de conocer todos estos beneficios, la pregunta es ¿por qué aún no los consumimos de forma habitual? La principal respuesta a esta cuestión es la repulsión que genera tan siquiera pensar en comer algo a lo que no estamos acostumbrados y que tiene, a nuestro parecer, una pinta tan poco apetitosa. Pero no es solo eso lo que nos frena, recientes estudios demuestran que el contexto social influye mucho en nuestras decisiones y, este caso no es la excepción.
La investigación realizada obtuvo como conclusión que, a pesar de que los individuos estaban dispuestos a probar los insectos, lo que les impedía incluirlos en su dieta era la visión crítica de las personas de su entorno ante esta práctica.
En conclusión, el consumo de insectos favorece la mejora tanto de nuestra salud interna, como de nuestro entorno y es una solución fácil a problemas tan graves como el calentamiento global. Por todo ello, te animo a que pruebes este saludable alimento dejando atrás los prejuicios.