Desde tiempos inmemoriales, el ser humano ha necesitado creer en la suerte. Se trate de buena o mala suerte, este misterioso concepto se convierte en el apoyo o justificación de todo aquello que nos pasa y no esperamos.

Lo más curioso es que cuando ocurre algún hecho que beneficia a alguien, proporcionándole prosperidad, las personas ajenas a estas consecuencias directas o indirectas, catalogan estas circunstancias de “buena suerte”, mientras que las personas que las reciben, tienen la sensación de merecerlo y, en muchas ocasiones, en su diálogo interno, además de producirse alegría o alivio, éste va precedido de un “por fin, ya me tocaba”.

Y es que las personas vamos sembrando a nuestro paso, creyendo en lo que hacemos y procurando hacerlo lo mejor posible. Desde luego que comentemos errores y procuramos aprender de ellos, sin embargo, incluso cuando nos equivocamos, en muchas ocasiones, aunque los resultados no se hayan logrado e incluso dañemos a terceros, somos conscientes del esfuerzo que nos supone seguir hacia delante y rectificar o reconducir los resbalones.

Por otro lado, el concepto de mala suerte suele adjudicarse a aquellas circunstancias o hechos inesperados que traen consecuencias no deseadas. La “mala suerte” solemos usarla para eludir inconscientemente la responsabilidad de nuestros actos, las decisiones que tomamos y no nos conducen a lo que pretendíamos, e incluso a la no aceptación de la imprevisibilidad de la vida, a que no podemos ni prever ni controlarlo todo.

La búsqueda de la “buena suerte” tal vez sea una de las más populares, por encima de la búsqueda de la felicidad, la búsqueda del amor o de la longevidad, llegando a convertirse en uno de los objetivos que mueve nuestra vida. Por ejemplo, muchas personas juegan a las loterías y otros Juegos de azar soñando con alcanzar “la buena suerte” y ser los elegidos para recibir los premios materiales que este tipo de juegos han diseñado.

También dejamos en manos de la suerte algunas decisiones que afectan sobre nuestra salud, nuestra integridad física o emocional (en el caso de deportes de riesgo) o incluso sobre la construcción de nuestro futuro.Sin embargo,

¿Qué es la suerte?

Tal vez la suerte no sea más que un cúmulo de circunstancias que acontecen e influyen sobre nuestras vidas.

Que esas circunstancias generen consecuencias que nos alivien y alegren, o nos entristezcan y obstaculicen nuestro camino, dependerá de cómo las percibamos, interpretemos y gestionemos.

Un ejemplo claro lo podemos encontrar en personas que tras ganar la lotería su vida se arruinó. Por ejemplo, Callie Rogers, ganó en 2003 caso dos millones de libras. Tras hacerse millonaria la cirugía estética la esclavizó y se volvió adicta a la cocaína, entre otras drogas. Eso le condujo a una depresión severa con cuatro intentos de suicidio. En este caso, queda claro como ese “golpe de suerte”, es decir, esa circunstancia que cambió su vida fue mal gestionada, y lo que pareciera que le iba a conducir a una vida “soñada” se convirtió en su amargo y duro infierno.

Otro caso curioso fue el de Jack Whittaker. Se hizo millonario tras ganar en la lotería 314 millones de dólares. Jack decidió retirar su premio en un solo pago de 113,4 millones de dólares, después de impuestos, y al poco tiempo perdió un maletín con medio millón de dólares cuando su coche fue robado. Pero ese no fue un hecho aislado, a raíz de ganar esa millonaria suma de dinero su vida fue empeorando cada vez más.

Estos aparentes “golpes de buena suerte” que luego resultaron no ser tan buenos, no sólo ocurren respecto a las loterías, sino también en relación a otras circunstancias que pueden relacionarse a logros soñados en el terreno profesional o en el amor.

Lo que está claro, es que la vida da tantas vueltas, que lo que parece que nos puede hundir, llega a convertirse en el motor de empuje de nuestro progreso y, por el contrario, aquello que parece que nos llovió como “golpe de suerte”, si nos relajamos y no somos responsables con la gestión de esas circunstancias, puede conducirnos a la desdicha o a la pérdida de lo que amamos.

Es por esa razón que creer que cuando nos ocurren cosas que nos gustan o nos disgustan, son buenas o malas, cuando sencillamente son circunstancias a gestionar, se convierte en una posición poco inteligente, ya que en realidad es relativo y depende de cómo nos enfoquemos.