Una simbiosis muy colaborativa

Las interacciones entre plantas y hormigas en las cuales ambos individuos salen beneficiados son muy diversas y curiosas. Por ejemplo, aunque sorprendente, las hormigas también son insectos polinizadores, al igual que las abejas, aunque no exactamente de las mismas plantas pues deben ser flores que produzcan poco néctar, para no atraer a otros polinizadores más intensivos y crecen en lugares muy poco visitados por otros insectos, como los desiertos o la alta montaña.

También son muy buenos dispersores de semillas por el terreno, acción denominada mirmecocoria, algo que les permite a las plantas la colonización de nuevos hábitats y la perpetuación de la especie.

Generalmente, estas semillas deben ser atractivas para las hormigas, con el fin de que ellas sientan la necesidad de llevarlas al hormiguero.

Para ello, las plantas unen sus semillas a una estructura denominada elaiosoma, rica en aceites, que les es muy atractiva tanto sensorial como nutritivamente a las hormigas. En el propio transporte del elaiosoma la semilla puede perderse por el camino hacia el hormiguero, o incluso ser expulsada del hormiguero una vez consumida esta otra estructura.

Otro caso es el de las plantas mirmecófitas, en cuyo interior son capaces de vivir las hormigas. El ejemplo más característico es el de las acacias, cuyas espinas se deforman tanto que en su interior se asientan los nidos de las hormigas, quienes al recibir de la planta un lugar donde vivir y resguardarse, la protegen de posibles herbívoros que pretendan consumir sus estructuras tiernas.

En este sentido, a todos nos viene a la mente la visión de la típica hilera de hormigas subiendo por el tronco de algún árbol, pues bien, esto es debido a diferentes sustancias azucaradas que las plantas secretan para alimentar a las hormigas, pero ¿Por qué hacen esto? En su paseo por la planta en busca del dulce néctar las hormigas van encontrando en su camino pequeños insectos que atacan a las plantas, a los cuales ellas también atacan y destruyen.

Así, la planta obtiene una defensa y premia a sus protectores.

Un paso más allá

Existen algunas especies de hormigas que viven siempre en las copas de los árboles y jamás bajan al suelo para obtener alimento, como es el caso de las hormigas tejedoras (género Oecophylla) en los árboles del café o cafetos (género Coffea). Estas hormigas se alimentan cazando todo tipo de pequeños insectos presentes en los árboles, además de la melaza secretada por otros insectos suctores de savia.

Partiendo de esta interacción cafetos-homigas, un grupo de investigación de la Universidad de Aarhus (Dinamarca) ha mantenido una pequeña colonia de estas hormigas sobre unos cafetos totalmente aislados. Para alimentar a las hormigas utilizaron un aminoácido denominado glicina con un átomo de nitrógeno marcado que podían localizar en cualquier sitio.

De esta forma, observaron como las plantas de café que no tenían hormigas viviendo sobre ellas crecían menos que sus compañeras, siendo tratadas de la misma manera por los investigadores. Tras realizar un rastreo del nitrógeno marcado descubrieron la causa del mayor crecimiento. Estas hormigas defecan unos excrementos semilíquidos que esparcen por las hojas del cafeto y es la propia hoja la que absorbe por sí misma los nutrientes presentes en estas heces, ricas en aminoácidos y urea.

Gracias al nitrógeno marcado pudo identificarse este mecanismo de absorción y utilización de los nutrientes desde la hormiga hasta las propias células vegetales.

Esta suplementación nutritiva llevada a cabo por las hormigas hacia las plantas de café puede representar una ventaja ecológica muy importante, decisiva para las interacciones planta-hormigas.

“La ciencia que no es divulgada hacia la sociedad es como si no existiera”