EL pequeño retrato de "mujer de perfil" ha sido recientemente atribuido a Velázquez por la doctora en Historia del Arte Carmen Garrido y datado en su época italiana, Velázquez derivó desde el realismo sevillano a un impresionismo sutil de líneas difuminadas a la “prima”, sin dibujo, típica del pintor, una especie de ensoñación de la realidad que impregna toda su obra a partir de sus viajes a Italia, cuyo exponente máximo es el lienzo de Las Hilanderas, donde la atmósfera envuelve a las figuras representadas de manera magistral.

Velázquez se identifica con el ideal del pintor culto a la manera italiana, influido primero por Caravaggio, busca lo cotidiano, pero su pincelada se hace más fluida, al estilo veneciano, a ésta etapa pertenecen también sus desnudos, dotados de un preconcebido erotismo en La Venus del Espejo.

La “mujer de perfil” es importante en este mismo sentido porque muestra el pezón a través de un escote nada inocente, realizado con las fuertes pinceladas características del sevillano.

Como pintor de cámara del rey Felipe IV, podía permitirse el lujo de experimentar el arte por el arte sin necesidad de vender sus cuadros, tal como demostró Angulo Íñiguez, existe una paciente elaboración realizada sin prisa por no estar apremiado el artista ni por el tiempo ni por el dinero, de esta forma se recrea en una realidad pausada, más sentida que observada, no es barroco en el sentido del movimiento, sino en el de la complejidad conceptual. Es un pintor único, independiente, el más completo según Pierre Paris, un genio de gran influencia en el arte moderno.

Para Diego Velázquez, lo lírico y lo mitológico son inmanentes del natural, convierte lo prosaico en excepcional, parece que se burla de la mitología clásica cuando retrata a Vulcano como un herrero trabajando en su fragua o cuando otorga nombres mitológicos a los enanos de la corte, reflejo de una sociedad sin rumbo que ha perdido a sus viejos ídolos, sin embargo, La Venus del Espejo es una pintura que se encuentra dentro de la más pura tradición de Tiziano, su Venus no es como la del pintor veneciano ni como las de Rubens, es más delgada, con un gusto moderno, representa a la diosa de espaldas, no por pudor, sino para excitar la imaginación (anticipación del juego del espejo y el cruce de miradas en Las Meninas para meter al observador dentro del cuadro).

Según las leyes de la óptica, el rostro borroso de Venus no contempla complacido su imagen reflejada, sino que mira más hacia la izquierda, hacia el espectador, o hacia los pechos y el sexo, porque estaría observando precisamente lo que nosotros no vemos, según Quevedo el sexo y el rostro son dos caras de la misma moneda. La modelo real puede ser la amante italiana de Velázquez, un cuerpo hecho sin duda para la fantasía donjuanesca, en aquella época todo hombre que podía permitírselo mantenía al menos a una amante, por eso el rostro es borroso, aunque no lo suficiente para no darse cuenta de que se trata de la misma modelo que aparece en la coronación de la Virgen, pintada unos años antes, refleja la idea de María y Venus reunidas, los dos estereotipos de la mujer: la santa y la p*ta no están tan lejos entre sí como se creía entonces.

En el ámbito de la psicología del arte, el “complejo de la virgen-p*ta” fue postulado por vez primera en tiempos de Freud, pero ya existía desde mucho antes en la mente de los hombres, y quizás también en la de la desequilibrada británica que dejó sus puñaladas en el cuadro a principios del siglo XX, por fortuna, hoy día inapreciables gracias a una excelente restauración. En cualquier caso, los personajes de Velázquez parecen tan reales que no sería nada extraño que utilizase la misma modelo en dos lienzos distintos, Venus es la única diosa pagana que permanece con dignidad en una España decadente, más allá del mito.