Perros y gatos son los principales animales de compañía adoptados por hombre para compartir su hogar, pero no los únicos, la variedad es grande desde pájaros a reptiles, pasando por cerdos vietnamitas, cabras enanas o pequeños mamíferos… Solo en nuestro país comparten nuestros hogares más de 5,4 millones de perros y 3,8 millones de gatos domésticos. Además, en Facebook, Instagram y YouTube es bien sabido que triunfan las cuentas que nos muestran a cachorritos de casi cualquier especie haciendo monerías.

La crisis no parece afectar especialmente al sector destinado a que podamos satisfacer las necesidades de nuestras mascotas desde alimentación y cuidados veterinarios, pasando por líneas de ropa, juguetes, hoteles y residencias…Lo cierto es que tener una mascota implica necesariamente asumir una serie de responsabilidades y de gastos , y sin embargo la mayoría de la gente lo hace de manera gustosa, “son uno más de la familia” es una frase que se escucha habitualmente.

Hay muchos estudios y teorías que intentan dar una explicación al hecho de por qué tenemos mascotas, algunos intentan demostrar que pueden ser un símbolo de estatus (al igual que un coche caro, o ropa de marca), pero aunque es cierto que determinadas razas de gatos, de perros o de Animales exóticos suponen un gran desembolso económico, no explicaría la tendencia a adoptar perros y gatos callejeros, que suponen la mayoría de la población de mascotas. Otros estudios quieren probar que la posesión de un animal hace más fácil la labor de conseguir pareja, especialmente para los hombres que demostrarían así su manejo en el crianza.

Lo cierto es que los humanos tendemos a tratar a nuestras mascotas como si fueran bebés, jugamos con ellos, les cogemos en brazos, les hablamos como a los niños pequeños…hay quien ve una especie de compensación dada la baja tasa de natalidad en los llamados países desarrollados.

Y aunque es indudable que la relación con una mascota no es igual a la que podamos desarrollar con un hijo, la Ciencia ha demostrado que presentan algunos factores en común.

Científicos de la Escuela Médica de Harvard y del Hospital General de Massachussetts, utilizando la tecnología de neuroimagen, escanearon el cerebro de 14 mujeres mientras les enseñaban fotografías de niños y animales, descubrieron que cuando se trataba de fotografías de sus propios hijos o mascotas se activaban las mismas áreas cerebrales.

Y no es de extrañar, pues al menos la que tenemos con los perros,es una relación que se retrotrae a unos 32.000 años. Pat Shipman, antropóloga de la Universidad de Pensilvania, mantiene que resulta curiosa la “coincidencia” entre las primeras noticias de la relación de humanos y perros que tenemos y la aparición de la pintura rupestre.

Su teoría es que en un momento dado el hombre prehistórico dejó de ver a determinados animales como los lobos como competidores, y al igual que hizo con los caballos y otros rumiantes pasó a valorarlos por las ventajas que les proporcionaban.

Además, debemos tener presente que los perros como seres sociales han evolucionado para poder comprendernos mejor, Brian Hare, es un antropólogo evolutivo que ha fundado el Centro de Cognición Canina de la Universidad de Duke en los EE.UU., mantiene que a los dueños de perros les parece lo más normal que estos sigan a la perfección sus indicaciones gestuales (les señalamos para que traigan un juguete, miren en una dirección o encuentren comida), sin embargo, es una habilidad que han desarrollado más que ningún otro animal, y también han desarrollado la capacidad de aprender palabras.

Hombres y perros han sufrido una evolución paralela de modo que ante ciertos estímulos como alarmas, voces o risas se activan en ambos las mismas regiones cerebrales especializadas en procesar las vocalizaciones y su contenido emocional. Científicos japoneses de la Universidad de Azabu comprobaron que cuando se miran a los ojos en un intervalo de tiempo tanto los dueños como sus perros segregan oxitocina, una hormona asociada al placer y la felicidad que es la misma que segregan padres e hijos com consecuencia de su vínculo de afectivo.