Hasta hace poco no podían entrar los turistas y ahora se requiere un visado muy estricto. Los 750.000 habitantes de este pequeño reino situado en el Himalaya, entre Tíbet y la India, agradecen que su Constitución valore más la felicidad media que la riqueza del país.
Bhután, un pequeño reino del Himalaya, se considera que es el país de la felicidad. Hasta 1999 no autorizaron la televisión ni internet, que estaban prohibidos por miedo a que contaminaran a los bhutaneses con ideas extranjeras.
Hasta aquí todo es bastante estimulante, pero hay un factor que condiciona el viaje a Bhután: el visado.
A diferencia de lo que ocurre en otros países, el visado lo debes tramitar a través de una agencia y pagas según los días que piensas estar. En el vecino Nepal, sin ir más lejos, con un visado de 25 dólares te puedes pasar quince días. En Bhután, en cambio, tienes que pagar entre 200 y 250 dólares diarios, una cantidad alta, eso sí, incluye coche, guía, hoteles y comidas. Si vas de mochilero, sin embargo, es evidente que no te sale a cuenta.
Un país abrumado por las montañas
El vuelo entre Katmandú y Paro, el aeropuerto internacional de Bhután, es la primera maravilla del viaje. Dura una hora y puedes ver desfilar por la ventanilla del avión la cordillera del Himalaya, una impresionante barrera blanca con picos de más de 8.000 metros.
No es extraño que con una visión panorámica tan espectacular el vuelo se haga corto. Al final la emoción aumenta, ya que el avión de Drukair, la compañía de Bhután, inicia un osado descenso en zigzag hacia el valle de Paro, situado a 2.200 metros de altitud y con las montañas bastante cerca, cosa que a más de uno puede asustar pero está todo controlado.
Lo primero que se puede ver es un cielo de color azul intenso, un aire tan limpio que dan ganas de tocarlo, unos ordenados campos de arroz y una terminal de madera pintada de colores, siguiendo la tradición bhutanesa. Un gran retrato de los reyes y un cartel de "Welcome to the Gross Happiness Country" nos da la bienvenida.
Cómo se logra la felicidad
Conseguir la felicidad tiene su precio y algunas de las cosas que se eliminan o modifican de nuestra sociedad son que está prohibido fumar en todo el país. La velocidad máxima en todas las carreteras es de 50 por hora y no se permiten las bolsas de plástico. Por si alguien todavía lo dudaba, queda claro que Bhután es un país diferente.
Los vestidos tradicionales de Bhután son una especie de bata elegante, el GHO, y calcetines hasta la rodilla.
El francés Michel Peissel explica que consiguió entrar en Bhután en 1968, después de cinco intentos fallidos, ya que en ese tiempo no admitían extranjeros. Cuando por fin llegó, con cartas de recomendación, el rey acababa de prohibir que sus súbditos llevaran vestidos y peinados occidentales.
"Pensamos en la muerte cinco veces al día. Así no la tememos y somos más felices". Claro que aquel era un Bhután muy diferente, cerrado a los extranjeros, donde no había mapas ni circulaban dinero. Robert Boileau Temperton, un estirado capitán británico que llegó en 1838, no habla con mucho entusiasmo: "Las costumbres son desagradablemente repugnantes -escribe-, y el caballero que deje que se le acerque algún miembro de esta comunidad tan sucia habrá dado muestras de gran coraje ".
Los extranjeros hoy en día
Los tiempos han cambiado, por supuesto. Hoy Bhután es un país limpísimo, poblado por una gente agradable que parece tener un mecanismo oculto que activa la sonrisa en cuanto ve un extranjero.
La carretera sigue el curso de un río que hace eses para abrirse paso entre las montañas. De vez en cuando, casas con dibujos de colores en la fachada, una estupa o un puente colgante de equilibrio precario rompen la monotonía. Cerca de Thimbu, la capital, está la única autopista del país, de sólo siete kilómetros de largo. Tiene dos carriles por lado, circulan pocos coches y la velocidad máxima sigue siendo de 50 por hora.
En Bhután nadie parece tener prisa. En el centro comercial hay la única escalera mecánica del país. Mucha gente va allí sólo para subir y bajar.
Thimbu es una ciudad verde en medio de un valle. Viven unas cincuenta mil personas y tiene calles tranquilas, casas no muy altas y un estadio cerca del río.
No muy lejos está la oficina de correos, una de las fuentes de ingresos del país, ya que los extranjeros hacen cola para comprar sellos. Más allá, el exótico mercado, con pimientos picantes y carne seca como productos estrella.
Al pie de las montañas pastan unos animales muy extraños, los manchen, con cuerpo de cabra y cabeza de vaca, pero lo que más llama la atención en Thimbu es el dzong, medio monasterio medio fortaleza. Es una especie de Potala, rodeado de campos de arroz, donde los monjes conviven con los funcionarios del gobierno. Son los edificios más representativos de Bhután. Ilustran la importancia del budismo de esta sociedad.
En todo Bhután no encontraremos ni un solo semáforo. Las modernidades no son bien vistas.
Dicen que no las necesitan. Tienen guardias para controlar el tráfico.
La felicidad por encima del dinero como modo de vida
La felicidad es un concepto básico en Bhután. La Constitución dice que la felicidad nacional bruta está por encima del producto interior bruto. Es decir, que la felicidad es más importante que la economía. Esta fue idea del rey anterior, Jigme Singhye Wangchuck, coronado a los 18 años, en 1972.
Hace un tiempo, el primer ministro de Bhután declaró: "Si aumenta la riqueza del país, pero la gente no es feliz, quiere decir que algo falla". Es por eso que los inspectores preguntan periódicamente a los bhutaneses si viven bien, qué ingresos tienen, en que invierten el tiempo libre, si se sienten extranjeros en su casa o cuál es su nivel cultural.
Todo ello ayuda a establecer un índice de felicidad y hacer compensaciones.
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