Este artículo contiene spoilers del segundo capítulo de la octava temporada de Juego de Tronos

Salvo con los caminantes blancos, en Juego de Tronos no existe la polarización: no hay blancos y negros, los personajes son grises. Ni aquellos cuyas acciones pretenden estar regidas por el honor son pulcros y justos en sus decisiones (Jon Nieve fue apuñalado por la guardia de la noche), ni los que se empeñan en seguir solo sus propios deseos son completamente egoístas (Cersei amó a sus hijos por encima de todos y todo).

Una prueba más de esta ambivalencia la protagonizó Daenerys Targaryen en el segundo episodio de la octava temporada cuando su deseo de ocupar el trono de hierro y dominar los Siete Reinos de Poniente chocó, primero, con la ambición de independencia norteña expresada por Sansa Stark y, segundo, con el surgir de un nuevo heredero legítimo al trono, Aegon Targaryen, más conocido como Jon Nieve.

Danny, en un esfuerzo por reconducir la fría bienvenida que le dispensó Sansa, trató de limar asperezas con la señora de Invernalia al alabar su gestión al frente de su casa y el norte en ausencia de Jon. Incluso llegó a comparar su propio gobierno con el de Sansa, al afirmar que ambas tuvieron que lidiar, en un principio, con gente “poco inclinada a aceptar el mando de una mujer”.

Dichas alabanzas, unidas a la declaración de amor de Daenerys por Jon, parecieron debilitar las reservas de Sansa, pues esta agarró cariñosamente la mano de la reina Targaryen y reconoció que se equivocó al no recibirla como se merecía.

Pero toda cortesía se cortó al contemplar el futuro. “¿Qué hay del Norte?”, preguntó Sansa, asegurando que, una vez recuperadas sus tierras, jamás se postrarían ante nadie de nuevo. La respuesta de Danny fue clara: retirar la mano y mirarla fríamente, dejando entrever un porvenir conflictivo entre ambos personajes.

Poco después, Danny tuvo que lidiar con un nuevo problema: Jon Nieve. Su nuevo amor, aquel por el que abandonó momentáneamente su conquista, le reveló su condición de heredero legítimo al trono de hierro, pues ser el hijo de Rhaegar Targaryen y Lyanna Stark le antepone frente a cualquier aspirante o familiar cercano (como su tía).

Daenerys, tras recibir esta noticia con evidente disgusto, trató, primero, de desmentir la veracidad de dicha revelación, pero ante el convencimiento de Jon, su rostro fue mutando hacia el desagrado antes de ser interrumpida por el cuerno anunciador de la llegada de los caminantes blancos a Invernalia.

Cabe recordar que, pese a la bondad inherente de Danny, la cual pretendió erradicar la esclavitud en varios reinos de Essos, este personaje no duda a la hora de aniquilar de raíz toda disidencia a su aspiración de gobierno en Poniente, hecho que pudieron comprobar los Tarly al ser incinerados vivos por Drogon.

Por tanto, la única baza pacífica de Danny para cumplir su ambición de ocupar el trono de hierro es la renuncia de Jon a hacerlo, lo cual no sería del todo improbable, pues, como ya dictan los precedentes, Jon nunca deseó ejercer posiciones de mando como ser el lord comandante de la guardia de la noche o, posteriormente, la regencia del norte.