En verano exponemos continuamente la Piel a los rayos solares: en la playa, paseando, en la piscina, practicando deporte…

El Sol aporta muchos beneficios a nuestro organismo: acelera el proceso metabólico, facilita la absorción del calcio, aporta vitamina D, pero también acelera el proceso de envejecimiento celular, y aunque nuestra piel tiene mecanismos de defensa, necesita una ayuda extra para conseguir un bronceado sano, bonito y duradero.

¿Cuál es tu tipo de piel?

No todas las pieles reaccionan de la misma manera a los rayos del sol, ya que en función de la sensibilidad y sobre todo la melanina que ésta contenga, tendrá mayor o menor facilidad para broncearse o quemarse.

Muy blanca: Es muy sensible y no se broncea, por lo tanto, necesita protección total.

Clara: Aunque es delicada se broncea progresivamente. Es preciso utilizar un factor alto (20) e ir disminuyendo según se broncea.

Tostada: Se broncea fácilmente y no suele quemarse. En las primeras exposiciones utiliza un índice de protección 10 y después puedes bajar hasta el 6.

Morena: es una piel muy gruesa y toma color con mucha facilidad. En este caso puede utilizar IPF bajo (8-6).

3 pasos imprescindibles

1 Pon tu piel a punto

Antes de la primera exposición debes limpiar bien tu piel eliminando todas las impurezas y células muertas con un peeling. Para la exfoliación, puedes usar para la geles, cremas o jabones, que empleadas mediante un masaje conseguirán devolver a tu piel suavidad y vitalidad perdida.

Después aplica una crema a basa de melocotón, zanahoria o aguacate para hidratar y nutrir.

2 Durante la exposición

Nunca te expongas al sol sin la debida protección, aunque tu piel morena o estés bronceada. Utiliza el factor adecuado en función de tu tipo de piel, y no olvides renovar con frecuencia la crema, sobre todo si estas en la playa, ya que los rayos solares reflejan sobre la arena y el agua.

Toma el sol gradualmente y si es posible en movimiento. Durante los tres primeros días no estés más de 15 minutos: después puedes ir aumentando el tiempo de exposición, pero nunca pases más de dos horas seguidas. Sécate después del baño, ya que las gotas de agua hacen un efecto lupa sobre tu piel produciendo quemaduras.

3 Después del sol

Cualquier exposición al sol, aunque sea con la debida protección, provoca una agresión y deshidratación de la piel.

Tras los baños de sol debes darte una ducha para eliminar los restos de cloro, sal o arena de la piel. Después aplica una crema de aceite de jojoba, karité o aloe vera, para reestructurar el manto hidrolipidico y conservar el bronceado por más tiempo. Si tu piel está enrojecida, puedes utilizar un bálsamo de azuleno, aloe vera o aceite de manzanilla.

El factor de protección

El factor de protección solar determina el tiempo que la piel puede estar expuesta al sol sin que se queme. Por ejemplo, un índice de 10 multiplica por este número la resistencia de la exposición de la piel al sol. Los productos solares tienen filtros químicos y minerales que absorben la luz ultravioleta A y B, no son sensibilizantes y son resistentes al agua y al sudor.

A la hora de elegir el factor de protección debes tener en cuenta el tipo de piel, así como su grado de bronceado.

Existen dos tipos de agentes fotoprotectores: los filtros que absorben parte de la energía solar y la transforman en calórica y las pantallas que desvían los rayos solares evitando que penetren en la epidermis.

Los rayos UV y el cáncer

Los rayos ultravioletas producen radicales libres que son los responsables del envejecimiento, disminuye nuestras defensas y producen lesiones en el ADN, lo que favorece la aparición de melanomas o cáncer de piel. Los UVC son los más peligrosos, pero no llegan a nosotros gracias a la capa de ozono. Los UVB son los que producen el enrojecimiento de la piel y los UVA el envejecimiento precoz.