Ahora que se acerca el verano y el buen tiempo, todos parecemos estar obsesionados con el culto al cuerpo, con lucir una figura estupenda para poder ponernos esa ropa que tapa menos y muestra más que la de invierno.
Programas intensivos de ejercicio, dietas milagro, tratamientos de estética agresivos... Las opciones son muchas.
En realidad, el culto al cuerpo parece ser una condición sine qua non para poder vivir en esta sociedad. Los programas de televisión, los anuncios publicitarios o las redes sociales nos imponen unos cánones de belleza y de moda.
Si no cumplimos esos cánones, estamos fuera. Y ahí vienen los complejos, los miedos y las inseguridades.
Y ¿qué pasa con el culto a la mente?
Nos preocupamos en exceso por cómo nos vemos frente al espejo o lo que es peor, cómo nos ven los demás. Y vamos al gimnasio o hacemos dietas milagro, pero no nos preocupamos de nuestra #mente, de nuestro interior.
Todos en algún momento pasamos por ataques de #ansiedad, #estrés o #depresión. En el mejor de los casos, lo asumimos y aceptamos y recurrimos a ayuda profesional, ya sea un psicólogo u otro tipo de terapia. Pero la gran mayoría de las personas lo esconde porque lo ve como un signo de debilidad.
Si nos rompemos un hueso, vamos al traumatólogo y lucimos con orgullo como herida de guerra, una escayola.
Si tenemos problemas de vista vamos al oftalmólogo, y nos compramos unas bonitas gafas de pasta que nos hagan parecer más intelectuales... Pero ¿qué pasa si lo que se nos rompe es el alma? Si tenemos un cortocircuito en nuestra conexión mente-corazón, debemos ir a #terapia, para que nos lo arregle también. Bueno mejor, para que nos diga cómo podemos arreglarlo nosotros mismos con nuestra capacidad de auto curación.
Y ¡no pasa nada por reconocerlo! Si diéramos normalidad a estos temas, quizás saldrían muchas heridas ocultas que podrían sanarse.
¿Cómo cultivar nuestra mente?
Ya hemos dejado claro que si se nos estropea algo en nuestra cabecita, debemos ir a repararlo con especialistas. Pero para intentar que eso no suceda, ¿qué podemos hacer?
Dedicar tiempo para escucharnos. Parar un poco en nuestra ajetreada vida y conectar con nosotros mismos.
No hace falta ponerse a meditar 3 horas, intentando mantener la mente en blanco. Con sólo 10 minutos basta. 10 minutos en los que encuentres un lugar tranquilo, en el que estar cómodo y en silencio. Ponte un poco de música si lo necesitas, quítate los zapatos, y la ropa que te moleste. Y dedícate a escuchar tu #respiración, a sentir los latidos de tu #corazón. Deja a un lado todo lo que te haya pasado ese día o en el pasado, o lo que te preocupa del futuro. Y conecta con tu presente: respiración y corazón. Si eso falla, ya sabes lo que puede pasar.
Asi que... el ejercicio y el movimiento son fantasticos (con moderación, como todo) pero si trabajamos también la mente y el espíritu, conseguiremos un equilibrio perfecto, y eso sí se refleja en el espejo.