Uno de cada dos españoles tiene sobrepeso u Obesidad. En el conjunto de Europa, la proporción es aún más elevada: dos de cada tres ciudadanos la padecen. De hecho, médicos y autoridades sanitarias consideran la obesidad como la epidemia del siglo XXI, el daño colateral de una época de comida industrial y barata.
Hasta ahora se había considerado que para no tener problemas de peso había que cumplir dos mandamientos: hacer ejercicio, y seguir una dieta sensata y saludable. Cada vez más, sin embargo, hay un tercer factor que cobra importancia: dormir el número de horas suficientes.
El trabajo de un grupo de investigadores de la universidad sueca de Uppsala acaba de confirmar que, ciertamente, dormir es muy importante para mantener un peso correcto.
Los motivos de la obesidad son muchos y complejos, pero es cierto que los dos principales motivos que explican por qué hay cada vez más ciudadanos con problemas de peso son la falta de ejercicio y la abundancia de alimentos procesados y bebidas azucaradas. Durante los últimos años, sin embargo, la falta de sueño es otra de las características de las sociedades modernas que se ha abierto paso como una tercera, e inesperada, explicación al boom de la obesidad.
La evidencia de que hay una relación entre dormir poco y tener problemas de peso no es nueva, pero saber los motivos exactos por los que la falta de sueño parece conllevar problemas de peso no es fácil.
Entre los que trabajan para solucionar el enigma hay un equipo de investigadores del departamento de neurociencia de la Universidad de Uppsala. Christian Benedict, uno de los nombres de referencia en la investigación de las consecuencias que los problemas del sueño tienen para la salud,presentó en el Congreso Europeo de Endicronologia las últimas conclusiones sobre la materia: el motivo por que dormir poco engorda es porque, si no dormimos las horas suficientes, alteramos el equilibrio y el funcionamiento correcto de dos hormonas: la GLP-1 y la grelina.
Hormonas para comer y para no comer...
Cuando ingerimos alimentos el cuerpo libera diferentes hormonas. Una de ellas es la GLP-1, que entre otras funciones tiene la de estimular la secreción de insulina para bajar los niveles de azúcar en la sangre. Impulsada por las células intestinales pero también por algunas neuronas, la GLP-1 se activa en dos fases: la primera, entre 10 y 15 minutos después de haber empezado a comer; la segunda, entre 30 minutos y 1 hora después de comer.
Esta precisión horaria no es casual. Por un lado, la GLP-1 incrementa la aversión a los alimentos, la sensación de incomodidad y las náuseas; por otro, disminuye las ganas de comer y el placer que sentimos de hacerlo. Claramente, su papel, crucial, consiste en evitar que comamos más de la cuenta.
La grelina juega en campo contrario: producida en las células gastrointestinales, su misión es conseguir que sentimos hambre. Su papel es, pues, complementario a la GLP-1.
Segreguamos grelina cuando tenemos el estómago vacío. La hormona hace llegar al cerebro la señal para activar la sensación de hambre y para iniciar la secreción de los ácidos gástricos que preparan el estómago para la ingesta. Es por ello que, cuando tenemos mucha hambre, el estómago hace ruidos.
Una vez el estómago está lleno, la secreción de la grelina se para completamente ... y llega el momento de la GLP-1. De este modo dejamos de comer y nos sentimos llenos.
Dormir poco afecta de forma negativa a la producción y secreción de hormonas
El papel de las dos hormonas demuestra hasta qué punto el mecanismo de alimentarnos es sofisticado. Nada es fruto del azar. El cuerpo está programado para comer de forma regular, sensata, equilibrada. ¿Qué pasa, sin embargo, cuando este equilibrio se rompe?. ¿Qué pasa cuando la producción y secreción de hormonas se ve alterada?. Pues que perdemos este monitor interno, este tipo de ordenador que regula el acto de comer y digerir y que está diseñado para mantenernos vivos y sanos.
Dormir poco afecta de forma negativa a la producción y secreción de hormonas y el resultado es que tanto la sensación de hambre como la de saciedad se ven alteradas. El trabajo de la Universidad de Uppsala concluye que cuando dormimos poco segregamos menos GLP-1, la hormona que nos crea la sensación de saciedad y nos hace dejar de comer, y segregamos más grelina, la que nos hace tener hambre. La gente que duerme poco ingiere más, opta por raciones más grandes, se deja llevar por los impulsos ... y disfruta más del acto de comer. El resultado no puede ser otro que un incremento de peso.
Energía que no se gasta y se acumula
Los estudios demuestran que una noche sin dormir altera de forma sustancial nuestro metabolismo, hasta el punto que gastamos mucha menos energía, entre un 5 y un 20% menos.
No hablamos de la energía necesaria para caminar durante horas o para hacer un esfuerzo especial, sino de la energía que consumimos para estar vivos: respirar, hacer la digestión ... Y si comemos lo mismo pero gastamos menos energía el resultado es un superávit de calorías que acumulamos. Para acabar de complicar las cosas, tenemos un nivel más alto de azúcar en la sangre y también más hormonas del estrés, como el cortisol. Esto le pasa a cualquier persona que duerme poco o nada una noche. Si la falta de sueño, sin embargo, no es un problema puntual sino habitual, crónico, entonces las consecuencias son aún más severas, por lo que se altera completamente el equilibrio de las bacterias que tenemos en los intestinos y que son cruciales para el buen funcionamiento del metabolismo.
Una noche sin dormir altera de forma sustancial nuestro metabolismo
La investigación del equipo de Benedict es importante, y lo es por dos motivos. El primero, porque añade un elemento nuevo en el control del sobrepeso y la obesidad, más allá de la dieta y el ejercicio. Y el segundo, porque la falta de sueño es uno de los males endémicos de nuestra sociedad. Con unos horarios laborales, culturales y sociales alejados del ciclo natural, España es uno de los países de Europa donde menos se duerme.
¿Qué significa esto para la mitad de la población con problemas de exceso de peso? Pues que, además de tener una vida activa y alimentarse de forma adecuada, deben dormir un mínimo de horas (las necesidades varían en función de las personas y la edad, pero no debería ser menos de siete horas).
Lo cual no quiere decir, obviamente, que, por sí solo, pasar un mínimo de siete horas en la cama consiga el milagro de hacernos llegar al peso ideal. Nuestra salud en general, y nuestro peso, dependen de factores que no podemos modificar (los genes) y otros que sí (qué comemos, cuánto ejercicio hacemos...).
Dormir lo que recomiendan los expertos no servirá de nada si, en el resto de ámbitos, nuestro estilo de vida no es saludable.