Según un estudio publicado en la revista Harvad Bussines Review las videollamadas agotan al cerebro. La teoría sostiene que el cerebro necesita de una mayor concentración para interpretar la información que llega a través de una videollamada que si el mensaje lo recibiéramos con la persona o personas físicas delante de nosotros. Esta nueva experiencia a la que sometemos a los cerebros se ha llamado 'fatiga de Zoom'.

Se ha utilizado el nombre de la aplicación Zoom por ser la plataforma con más usuarios registrados pero la teoría se aplica a cualquier otro programa para hacer videollamadas o videoconferencias grupales, individuales gratis o de pago tales como Whatsapp, Skype, Hangouts o Instagram, entre otras.

Dentro de una conversación presencial, el emisor no solo hace uso de su voz para enviar su mensaje: sus gestos, su expresión corporal o el uso de sus manos se convierten en potentes comunicadores que ayudan a nuestro cerebro, gracias a ese contacto visual, para que se relaje porque recibe información de muchos lados.

Las videollamadas son una gran solución, pero tienen su lado negativo

No es raro hacer uso de gestos que doten a nuestras palabras de un sentido opuesto, irónico o que las ponderen o rechacen. En la videollamada mucha de esta información queda fuera del rectángulo que vemos. Nuestro contacto visual es limitado y nuestro cerebro se debe concentrar para recibir un mensaje que en otras condiciones requeriría menos esfuerzo.

Incluso el pequeño recuadro a veces no nos deja una imagen nítida por lo que a veces queda eliminada la expresión facial. Con la videoconferencia grupal la cosa se complica. La fatiga visual se agudiza si además hay muchas personas en nuestro monitor o pantalla del móvil. Las personas finalmente acaban como “borrones” sin ninguna particularidad para el cerebro.

Nuestro sistema no da para tantos estímulos vacíos de información. Es lo que los psicólogos llaman 'atención parcial continuada'.

Otro de los problemas con los que tiene que lidiar nuestro cerebro en una videollamada es que la forma de comunicarnos pierde naturalidad. El desfase en el audio hace que las conversaciones sean menos fluidas y se eliminan las conversaciones paralelas o comentarios en el caso que se trate de videollamadas o videoconferencias grupales.

Uno habla y el resto escuchan. Este esperar turno para hablar hace que la experiencia sea algo frustrante y no tan agradable como si estuviéramos cara a cara.

Tampoco permite que nuestro cerebro se distraiga o despiste pues la opción de preguntar al de al lado 'qué ha dicho' o echar un vistazo a los apuntes de tu compañero de mesa queda suprimida. Todos estos factores llevan a nuestros cerebros a la 'fatiga de Zoom'.

Recomendaciones para evitar la 'Fatiga de Zoom' en las videollamadas

1. Eliminar cualquier distracción en el entorno en el que se vaya a realizar la videollamada o videoconferencia. Ya es suficiente para el cerebro con los estímulos de la pantalla.

2. Si las videollamadas o videoconferencias son muy largas es recomendable tomar descansos.

Apartar la mirada de la pantalla y si es posible levantarse y caminar unos instantes.

3. Cuidar los fondos de imagen para que sea lo más neutra posible.

4. Cambiar el canal de comunicación alguna vez, si es posible, a llamada telefónica o a correo electrónico.

Y un recordatorio:

5. No olvidar que la videollamada es una puerta a la intimidad de otra persona

Las videollamadas en la nueva normalidad

El COVID-19 ha puesto el mundo patas arriba y las videollamadas y videoconferencias se han convertido en un imprescindible para nuestra vida social y laboral en la nueva normalidad. La pandemia mundial que azota el mundo ha puesto a prueba nuestra capacidad de adaptación y gracias a las videollamadas nos hemos sentido un poco menos solos.

El aislamiento al que nos hemos visto sometidos por el Covid-19 ha promovido las interacciones virtuales. Como seres sociales dependemos unos de otros para subsistir, avanzar y crecer a nivel personal y como sociedad. Las relaciones sociales son el pilar fundamental en el que se basa nuestra civilización. Tener acceso y poder dar un buen uso a las herramientas tecnológicas de que disponemos es un privilegio que gozamos y que mana de esas mismas relaciones personales.