Desde el mes de diciembre de 2019 el Coronavirus comenzó su escalada ascendente en China y progresivamente se ha ido extendiendo en todo el planeta, como resultado de su rápida capacidad de contagio, la cual se realiza durante el período de incubación y origina en los pacientes contagiados un paro respiratorio, hasta ocasionar la muerte. Los débiles sistemas de salud de las naciones latinoamericanas no tienen la capacidad de respuesta sanitaria para detener la propagación y curar a los enfermos por COVID-19, lo que ha generado un aumento de la mortalidad en América Latina durante el 2020.
Naciones como Guatemala, Honduras, El Salvador, Bolivia, Nicaragua, Haití, República Dominicana y Brasil no cuentan con centros hospitalarios públicos acondicionados para atender a los enfermos de coronavirus y tampoco con programas efectivos de protección sanitaria, para evitar la propagación de esta enfermedad en sus comunidades. La precariedad de los hospitales y ambulatorios gubernamentales es notable, debido a las condiciones de subdesarrollo socio-económico en Latinoamérica.
La propagación del coronavirus no está controlada en Latinoamérica
Los Gobiernos de varias naciones latinoamericanas han solicitado ayudas médicas y donaciones a países como China, básicamente de insumos médicos y de equipos de fumigación de las calles y los poblados.
La nación asiática ha donado toneladas de medicamentos, mascarillas, guantes y productos desinfectantes para contener al mortal virus. Sin embargo, pese a la ayuda internacional recibida del país asiático, el coronavirus sigue ocasionado muertes y contagios.
Los expertos en epidemiología han cuestionado la eficacia de las mascarillas y los guantes para detener los contagios, especialmente cuando la gente sale a la calle a realizar cualquier tipo de actividad cotidiana.
Desde el pasado mes de marzo, las autoridades sanitarias establecieron estrictas medidas de confinamiento en varias naciones latinoamericanas, que exigían a los ciudadanos permanecer encerrados en sus casas para evitar más contagios.
Durante la desescalada, el distanciamiento social para evitar contagios por Covid-19 es muy difícil de evitar.
Los ciudadanos no pueden evitar las aglomeraciones que se realizan en las colas de los mercados, panaderías, bancos, paradas de autobuses y taxis, el metro, autobuses, parques y plazas. Igualmente, sacar a los perros a pasear, implica riesgos, porque la población canina de muy alta en estos países e igualmente los dueños se exponen al contagio.
La lenta desescalada por el COVID-19
A comienzos del mes de junio comenzó la desescalada por la pandemia de COVID-19 en varias naciones latinoamericanas. Los Gobiernos autorizaron a los ciudadanos a salir a las calles, pero en un horario restringido desde las 8 de la mañana, hasta las 12 del mediodía. Durante este tiempo, la gente puede salir solamente a comprar comida en los mercados o supermercados, las farmacias o asistir a consultas médicas.
Mientras los centros comerciales, restaurantes, ferias de comida rápida, bancos, oficinas públicas y empresas privadas permanecen aún cerradas.
La paralización de las actividades laborales en el sector petrolero generó una fuerte escasez de gasolina, porque los trabajadores de la industria petrolera tampoco están trabajando, debido a la pandemia. Esto ha ocasionado que mucha gente no pueda utilizar sus coches por la falta de combustible. Como medida alternativa, se observa a muchas personas trasladarse por las calles en bicicletas y solamente durante las horas de la mañana.