Los cinco miembros de la autodenominada “La Manada”, juzgados y condenados a nueve años de cárcel por abuso sexual por su deplorable actuación en los Sanfermines de 2016, salieron en libertad provisional el viernes 22 de junio, tras pagar 6000 € de fianza cada uno, debido a otra decisión judicial que ha escandalizado a la opinión de masas en este país. Representantes de los principales partidos políticos, personalidades de la cultura y la sociedad, y parte de la multitud anónima que se desahoga en las redes sociales han mostrado su rechazo a la medida tomada por los tres magistrados encargados de la decisión.

En especial, las diferentes corrientes del movimiento feminista han vuelto a poner el grito en el cielo, aludiendo a la impunidad de la que supuestamente gozan los abusadores y violadores “gracias” a la actuación de la justicia española.

La Manada y su repercusión mediática

La controversia generada por este caso en la sociedad española ha sido espectacular. Se ha convertido en la gota que ha colmado el vaso de la paciencia y la indignación de millones de mujeres, que en las jornadas del 8 de marzo se manifestaron por sus derechos, hartas de conductas denigrantes como las que este grupo de jóvenes sevillanos tuvo en Pamplona con la víctima de abuso que interpuso la denuncia que acabó con ellos en prisión.

Con los miembros de La Manada puestos en libertad provisional, los medios de comunicación han entrado, durante lo que llevamos de semana, en un debate deontológico sobre si sería apropiado darles voz en entrevistas o llevarles a los platós televisivos que tantas horas han dedicado a explotar este caso.

En su editorial en el diario El País del mismo día 25 “La Manada, de gira”, el reputado periodista Iñaki Gabilondo ha defendido que “Si se inicia una gira promocional con ellos, va a ser el colmo de la insensatez, una auténtica barbaridad social.

Porque además la mercancía argumental que estos hombres venden es veneno puro”. Además ha añadido que “este pensamiento no se puede en modo alguno airear poniéndole un gran altavoz porque sería como distribuir droga dura a gran escala delante de nuestros ojos”. Como el periodista vasco, otras muchas voces del mundo de la comunicación en España comparten esta opinión.

Sin embargo no hay unanimidad al respecto.

La Manada, ¿una excepción?

A lo largo de los ya muchos años en los que el periodismo se ha estructurado como ese cuarto poder que controla a los demás, se han repetido los casos en los que se ha prestado atención mediática a personas condenadas por crímenes de todo tipo: dictadores, asesinos, violadores,… La lista es interminable y cada uno de nosotros tiene grabado en la memoria entrevistas, intervenciones públicas o reportajes informativos (cabe mencionar el tirón que los programas televisivos de sucesos tienen en nuestro país, o como en los informativos de todas las cadenas, incluida Televisión Española, cada vez se destina más espacio informativo a este tipo de noticias) que se han dedicado a criminales acusados o juzgados.

Periodistas tan reputados como Rubén Amón o Luz Sanchez-Mellado (que comparten periódico con Gabilondo), han defendido el derecho a la información y han argumentado a favor de que se hagan entrevistas a los miembros de La Manada, siempre que se hagan con rigor informativo y sin concesiones -tanto económicas como en lo referido al tono de la entrevista- a los protagonistas de tan lamentable incidente.

En el caso de Rubén Amón, en un análisis publicado hoy y titulado “¿Se puede entrevistar a los miembros de La Manada?” escribía que “Puede que los miembros de La Manada hayan explorado la peor versión de la condición humana, pero no sería un consuelo que la sociedad reaccionara exponiendo lo peor de sí misma en los extremos del linchamiento y del histerismo mediático.” Así como que “Entrevistar a los miembros de La Manada obliga a un ejercicio de responsabilidad.”, y que “No hacerlo suscita la tentación del apagón informativo o de la anestesia

Cabe recordar como Truman Capote, en su reconocida obra “A Sangre Fría” (siendo uno de entre otros muchos periodistas que han dedicado su tiempo a retratar a criminales como una parte más de la sociedad -una parte muy oscura, desde luego-) dibujó un perfil de Dick Hickock y Perry Edward Smith.

Los dos asesinos de una exitosa familia de una localidad del Medio Oeste de los Estados Unidos. Un perfil que consiguió reflejar no solo la crudeza del asesinato, sino todo un sistema y una sociedad de manera brillante. Tanto, que se ha convertido en uno de los referentes que se enseña en las facultades de periodismo de todo el mundo, tanto por su trabajo de campo, como por la dimensión que otorgó al oficio de periodista.

¿Debemos renunciar a retratar a lo peor de la sociedad?

La Manada representa todo aquello que la sociedad española está intentando desterrar con gran esfuerzo. La Manada representa una forma de entender a la mujer que se evidencia repugnante. Y sobre todo, La Manada es aquello que ha conseguido levantar a un país entero del sofá y lanzarlo a la calle para reivindicar un cambio en las leyes y en la justicia, en casa y en el trabajo, en todos los campos de la sociedad en los que la mujer está presente.

Sin embargo, como periodistas -pero no solo como periodistas, sino como seres humanos- no podemos dejar de retratar lo peor del mundo en el que vivimos. No podemos dejar de ser conscientes de la maldad que también puebla al ser humano. La Manada, pero también los corruptos, los terroristas o los asesinos son, desafortunadamente, parte de la vida. Y dejar de sacarlos a la luz crea un clima de falsa armonía y de demagogia, que es en última instancia -o al menos así lo creo- contraproducente para el desarrollo de nuestra sociedad.

Se dice que el “efecto llamada” que se produce al sacar a la luz casos de violación llama a más posibles violadores a la acción. No conozco lo suficiente de la psicología humana para discutir esto.

Lo que se es que si se hubiera dejado el caso de La Manada de lado, igual que se han dejado tantos otros a lo largo de los años, las gentes de España no hubieran llenado las calles ni se hubieran plantado ante una forma de actuar y de vivir que lamentablemente existe.

Una entrevista a unos criminales es un reto tanto para quien lo lleva a cabo como para la comunidad a la que pertenecen. Sin embargo es un reto al que tenemos que enfrentarnos. Dejar a un lado los demonios que pueblan el alma humana e instalarnos en un clima de buenismo y corrección es mentirnos a nosotros mismos y al demos en el que vivimos. Algo ya malo de por si para cualquiera, pero imperdonable para un periodista.