El estudio del trauma emocional que producen las situaciones de violencia, indefensión y terror es un hecho relativamente reciente, debido a que el diagnóstico de “estrés postraumático” que padecen la mayoría de las víctimas de Violencia de género, no se introdujo como tal en el catálogo oficial de enfermedades hasta el año 1980.
Recursos y estrategias en redes institucionales e informales
Las imágenes de las agresiones padecidas interfieren en el normal desarrollo de la vida cotidiana, provocando alteraciones en el sueño, así como agotamiento, tristeza, irritabilidad, confusión y preocupación por el propio estado emocional. Una intervención educativa que resulta adecuada consiste en plantear estos síntomas como una “respuesta normal ante una situación anormal”.
La gravedad de los daños depende de la intensidad y de la duración de las agresiones, así como de los recursos emocionales, físicos y sociales que posea la víctima.
Por esta razón, su tratamiento requiere de una respuesta inmediata. El proceso de reconstrucción de la vida íntima y social es largo, lento y gradual, pero posible, y para ello es necesaria una posición activa de la mujer (rechazar el rol de víctima), en orden a su empoderamiento para lograr este objetivo.
Como consecuencia de haber tenido que vivir bajo amenazas contra su integridad física y mental, se crea un fuerte sentimiento de inseguridad y falta de autoestima, el primer factor a trabajar para recuperar un mínimo control sobre la vida cotidiana y el entorno.
Resultan útiles los programas institucionales, asociaciones de mujeres y grupos de ayuda que existen en la comunidad. Cuando la persona empieza a controlar su rutina cotidiana, empieza a sentir que sus decisiones tienen un valor y que es capaz de volver a enfrentarse con los problemas prácticos del día a día.
Otros recursos son buscar apoyo dentro de su propia familia, que puede aportarle una base de amor muy importante al volver a sentirse querida, así como en amigos de confianza con los que poder hablar, lo que le aportará una sensación de normalización y de conexión con el entorno.
La barrera más importante a superar en este sentido viene dada por los sentimientos de culpa, de vergüenza y de miedo a la incomprensión por parte de los demás que muchas veces experimentan las mujeres agredidas, y que puede hacer que se encierren en sí mismas.
Por eso es un instrumento muy útil el verbalizar, en un ambiente seguro, los acontecimientos vividos que se presentan como hechos emocionales aterradores, puesto que ayuda a transformarlos en palabras, y de esta manera convertirlos en elementos manipulables, ya que pasan de formar parte de la memoria emocional a la memoria verbal.
Fase final del proceso
Una vez se ha recuperado la sensación de seguridad, se ha podido ordenar e integrar los recuerdos dentro de la propia biografía y se ha recobrado el contacto con el entorno social, queda la última parte, que consiste en la reconstrucción del futuro personal. Se requiere iniciar una nueva etapa, no negando ni olvidando los hechos pasados, sino integrándolos regenerados desde una actitud de confianza y esperanza.