Los seres humanos somos la especie más peligrosa. Nuestro egocentrismo nos hace creer que cualquier cosa hecha por el bien de la humanidad está justificada. En esa línea de argumentación hemos logrado mucho que puede reconocerse como grandes pasos en la evolución, pero, tristemente, y como parte de ello, adelantamos el desgaste paulatino del planeta y todo lo que en él nos convive.

Tal vez este comienzo resulte exagerado, hasta ofensivo –me disculpo si este ha sido el caso, no es la intención-. No soportamos la verdad, la cruda verdad sobre nosotros mismos: somos egoístas.

Y lo peor, en el impulso creciente de optimizar (humanizar) nuestro entorno para que nos sirva mejor, dejamos de lado a esos entrañables compañeros de piso: los Animales. No te espantes aún, sigue leyendo. Esto no es un sermón moralizante.

La absurda pero cierta dependencia

Aceptar que dependemos de los animales es un paso significativo. Sí, dependemos de ellos. Si revisas tu día, uno cualquiera, te verás rodeado de productos, objetos y rutinas… que la mayoría involucra algo de origen animal, dicho con más propiedad, del sufrimiento animal. La leche, el queso y el jamón o beicon en tu desayuno, tu camiseta o sweater de lana, tus zapatos de cuero, la crema hidratante, el champú, el gel de baño, los cosméticos.

Podrías darme una lista interminable de razones para convencerte –no a mí- sobre la utilidad, necesidad y naturalidad de esos hábitos y usos. Saldrán a relucir conceptos inevitables como cadena alimenticia, cultura, costumbres, placer y me quedaré esperando por otros como adicción, responsabilidad, respeto y podríamos estar hasta el final de nuestras vidas en un debate contraproducente donde no importa quién tenga la razón, sino detenerse, hacer la pausa del sentido y ver –no mirar por encima del hombro- a las otras especies que explotamos en aras del supuesto bienestar.

Entonces, quizás, notaremos que esos que nos amamantan más allá del periodo que lo hizo nuestra madre, nos visten y calzan, alimentan, embellecen y entretienen, pagan un precio innecesario –porque ya estamos en un punto en el cual podemos salir del ciclo dependiente, prescindir de él- e injusto. No voy a caer en el cliché de decirte “Ponte en su lugar”, dítelo a ti mismo, si es que precisas esa terapia de choque.

Intento por virar los cañones

Ahora me dirás Ah, la irrespetuosa eres tú porque me quieres convertir en vegano” Pues no, aunque sería bueno evitar un tono de burla cuando digas algo por el estilo. Ser vegano no es pertenecer a una secta, no es una religión ni una tara, es una filosofía y conducta que respeta la vida, cualquiera, en toda su expresión.

Hoy día serlo no es tan raro como se piensa. Solo en España el 7.8 % de la población se ha declarado veggie (0.2 vegano, 1.3 vegetariano y 6.3 flexitariano). Dentro de esas cifras hay otras que llaman la atención: 1 de cada 10 mujeres es vegana, 2 de cada 3 veganos son mujeres. El 8 % de los mayores de 18 años mantienen una dieta vegetariana en alguna de sus variantes.

El 51.2 % de los veganos vive en grandes ciudades.

Por lo visto las féminas urbanas son más propensas a la compasión y el respeto. También puedes encontrar organizaciones diversas como el Partido Animalista PACMA e Igualdad Animal -entre otras- que hacen un activismo regular y ordenado, y que marca la diferencia a la hora de legitimar esta causa.

Como somos amantes de los números, porque son fuente de credibilidad, sigo dando algunos datos de la Península Ibérica. Las tres razones para este cambio de actitud, según encuestas de la Unión Vegetariana Española, son –en el siguiente orden de prioridad-: el 57% por motivos éticos y animalistas, el 2% por sostenibilidad y el 17% por salud.

De acuerdo con el informe anual de The Green Revolution este orden varía: primero la sostenibilidad, luego la salud y en último lugar el respeto a los animales.

Definitivamente debemos reconocer el cambio, ver lo positivo en él, aunque lo ideal sería que predomine la ética y la piedad.

Guarda la última carta

Y ya casi al sacar la carta de que es “Una decisión personal”, poco antes de llegar a ese último recurso que redunda en la autocomplacencia en el hedonismo más puro, podrías alegar que no te gusta el circo, vas a las marchas por los derechos de la mujer y has reducido el consumo de carne y te sentirás identificado con el crecimiento en los últimos cinco años de los pedidos de comida vegana a domicilio a 161% y con el aumento de los restaurantes veganos y vegetarianos a un 94% (octubre 2017).

Sin embargo, allá donde estás solo contigo mismo, después de haber consultado los sitios y documentales que te recomiendo –aunque sea por mera curiosidad-, puede que comiences a comprender de veras la complejidad del asunto.

Una vida plena y feliz sin maltratar a nadie es posible.

Repito, no hay intención predicadora en ninguna de estas palabras. Cada quien es dueño de su propio mundo, pero es el mismo para todos, incluidos los animales. Vuelve por un segundo a tu niñez, ¿te ves matando algo? ¿te gustaba comer carne? Como casi todas nuestras costumbres, la Alimentación, vestir y ocio, responden a un sistema de normas aprendidas. Se puede desaprender lo que hace daño. Se pueden aprender nuevas maneras para ser un humano mejor.