Me encantaría equivocarme, pero siento que las promesas de campaña y las intenciones de gobierno del presidente Trump, en cuanto a recuperar la grandeza de Norteamérica en aspectos que incluyen política exterior, economía, sociedad y cultura, chocan cada día con barreras infranqueables: muros invisibles levantados por distintas generaciones de una sociedad definitivamente marcada por el consumo y medios de comunicación para los cuales nada de lo que haga esta administración es correcto.

Internet liquidó al periodismo

Mencionamos en un artículo anterior que el hábito de lectura comenzó a descender drásticamente con la llegada del nuevo Milenio, la "democratización" de la Internet y la aparición de la telefonía móvil.

Esta última, y en particular el Smart phone o "teléfono inteligente" con aplicaciones que permiten escribir, grabar, filmar, tomar fotos y compartirlas en segundos a través de las redes sociales; liquidó profesiones como el periodismo, el reporterismo, la fotografía y el oficio de escritor. A tal punto, que en el breve lapso de una década desaparecieron cientos de periódicos en el mundo, y los pocos que aún permanecen en formato de papel mucha gente los compra sólo para recoger orines de mascotas. Ni qué decir de las casas editoriales que cerraron -pero ello será análisis de un próximo artículo.

La globalización de la incultura

De tal manera ha sido el impacto negativo que -lejos de aumentar los índices de conocimiento-, los vacíos culturales que las nuevas generaciones manifiestan en temas tales como literatura general, artes, historia universal, idiomas, música, etc., son alarmantes y se han globalizado con la ayuda de las redes sociales, incluso en sociedades aparentemente ultramodernas como la norteamericana, o tradicionalmente cultas como la europea.

A los “clásicos” no los conocen ni en su familia

Recuerdo cuando presenté en la Feria Internacional del Libro de Caracas, Venezuela, “Regreso a las armas”, una biografía breve de Ernest Hemingway. Me impresionó que entre el público presente nadie había leído "Por quién doblan las campanas", "Adiós a las armas", "El viejo y el mar".

Y lo más simpático fue cuando una dama que compró mi libro, al autografiarle el mismo me dijo: "Gracias señor... luce muy bien en esa fotografía de portada!". Por supuesto que se trataba de una foto de Hemingway, pero al menos entonces los venezolanos compraban en la feria decenas de libros, te respetaban como escritor y apreciaban altamente llevarse a casa un ejemplar firmado por el autor.

Quizá, se puede perdonar a los suramericanos -asiduos lectores de Rómulo Gallegos, de Vargas Llosa, de García Márquez-, que no conozcan la obra de Hemingway; pero que éste sea un desconocido en propia patria, o que sólo se le vincule a un concurso de imitadores que se celebra en Key West, es un insulto a la inteligencia.

Navidades sin pesebre

Llegados a este punto, ya no hay forma de volver atrás. Ningún país del presente ni del futuro podrá recuperar su grandeza pasada -si es que la hubo-, porque las generaciones de hoy detestan "envejecer" y para ellos la historia y las tradiciones es cosa de viejos. No importa que se las cuente Google en nivel básico, intermedio o avanzado.

No nos asombremos pues de que, en Norteamérica, la Navidad (palabra que significa ‘nacimiento’), haya perdido su real sentido; de ahí que, salvo excepciones como los templos católicos, cristianos y protestantes, será misión imposible encontrar la famosa escena de Belén en plazas, parques o casas familiares. El saber, ahora sí, ocupa espacio...