El Antiguo Egipto sigue deparando sorpresas y los abarrotados almacenes de museos, como el del Cairo, también. Sucesivas excavaciones y adquisiciones colapsan los espacios disponibles para las exposiciones. Las piezas que llegan a las autoridades no siempre consiguen salir a la luz pública. Pero hay días, como los que hoy se viven, en que antiguos hallazgos se ponen a disposición del gran público.

Con ellos, vienen nuevos datos de los antiguos moradores de Egipto, de sus costumbres y actos. Ahora, gracias a nuevos estudios, también nos desvelan sus relaciones familiares.

La momia que grita

Descubierta en 1881 por el arqueólogo alemán Émile Brugsch, en el Valle de los Reyes, llamó la atención desde el principio. Era una momia diferente a las demás. Su cara reflejaba un rictus de terror y angustia, concretados en un grito silencioso que duraba ya 3000 años.

Ocupaba un lugar al lado de las momias de importantes reyes, como Ramsés II, Tutmosis II y Seti I, pero su expresión y las pieles que lo vestían la diferenciaban completamente del resto. Desde entonces, llamó la atención de muchos investigadores, que se preguntaban cómo habrían embalsamado a aquel hombre de una manera tal que más parecía perdurar para sufrir que para vivir.

Una vida de ultratumba nada halagüeña

Los embalsamadores egipcios preservaban el cuerpo para concederle una nueva vida al fallecido.

Por los jeroglíficos de las sepulturas, sabemos que su esperanza era la de una existencia pacífica y de disfrute, viviendo al lado de los seres queridos, disfrutando los frutos de la tierra y los infinitos días de un paraíso que resumía las mejores condiciones que podían desearse.

La momificación era un proceso lento y caro, reservado muchas veces solo para los poderosos.

Y todas las momias, hasta ahora, daban ejemplo de un cuidadoso embalsamamiento, junto con amuletos, fórmulas mágicas y objetos que sirvieran al fallecido para una existencia post mortem tranquila y feliz.

Sin embargo, la ‘Momia que grita’ rompe todos los esquemas. Más parece que, una vez muerto, prepararon el cuerpo del joven hombre para que, o no reviviese, quedando su “alma” sin cuerpo en el que reencarnarse, o resucitase a una vida de dolor eterno.

¿Quién es y qué hizo?

Hasta hace poco, solo se sospechaba lo que había hecho. Las investigaciones del egiptólogo Zahi Hawass habían conseguido ofrecer un retrato del difunto: era la momia de alguien que había sido estrangulado y, posteriormente, embalsamado a toda prisa, casi de cualquier manera, atado y amortajado con correas de cuero y piel de oveja.

Era el retrato muerto de un asesino que pagaba así su crimen.

Los investigadores apostaron una hipótesis que, solo ahora, toma más fuerza. Que el misterioso individuo era un príncipe, hijo de Ramsés III, que atentó contra su padre, instigado por su madre, la princesa Tiye.

Zahi Hawass consiguió el permiso para realizar pruebas de ADN y la noticia de los resultados no ha tardado en dar un espaldarazo a la teoría: la ‘momia que grita’ es hijo de Ramsés III. Un hijo del que no se conserva el nombre (solo uno puesto por los cronistas más tarde), pero que sería el parricida del gran rey que guio Egipto entre el 1184 y el 1153 a. C.