La Lepra, fue una de las enfermedades más mortíferas y contagiosas de la Edad Media europea. La persona que la padecía no sólo sufría el dolor físico que causaba, sino que también era condenada a sufrir marginación y soledad hasta su muerte. Pues era considerada una enfermedad del alma y su padecimiento era fruto del castigo de Dios, entrañaba así, un estigma social y daba lugar a la segregación porque la persona era impura.

Ser leproso en la Edad Media

Los primeros signos con los que se manifestaba la lepra para ser identificada en la Edad Media, era la aparición de nódulos, destrucción de la dermis o lesiones cutáneas.

A partir de ese momento, se llamaba al médico, barbero o sacerdote para que diera un diagnóstico. Si éste era positivo, la persona comenzaba con su particular calvario. Tras emitir un edicto, la vida de la persona cambiaba radicalmente y no volvía a ser la misma:

  • Una vez identificada la enfermedad, la persona era aislada y separada del resto de los ciudadanos.
  • El sacerdote se llevaba al enfermo de su casa hacia la Iglesia, mientras que se entonaban cánticos religiosos por el camino (para que todo el mundo se enterase). Una vez en la Iglesia, se le confesaba sobre una sábana negra, desde donde escuchaba la misa. Después, se le llevaba hacia la puerta y se le comunicaban las siguientes palabras: ".. Mueres para el mundo, pero renaces para Dios..." ( Eres un muerto en vida).
  • Finalmente, se iba hacia las afueras de la ciudad/pueblo, se le expulsaba y se le dictaban unas normas de obligatorio cumplimiento. Estas se basaban en la prohibición de convivencia con las personas sanas/puras: no podían entrar en iglesias o lugares públicos, únicamente podían tener relación con los leprosos, debían utilizar el traje de leproso para que la gente los identificara, no podían hablar con las personas en los caminos, les estaba prohibido lavar su ropa o las manos en ríos, no podían tocar puertas o puentes con la manos descubiertas y no podían mantener relaciones sexuales con su pareja si ésta quería debería abandonar la ciudad e irse con la pareja enferma. La otra opción era el divorcio.
  • Una vez escuchadas las normas, al enfermo se le entregaba un ajuar (la persona perdía sus propiedades): capa con capucha color café, carraca/campanilla para avisar a la gente, zapatos de piel, dos sábanas, un bastón, una taza, un cuchillo y un plato.

Después de la expulsión, la persona quedaba condenada a vagar por el campo y a malvivir, pues en pocas ocasiones la enfermedad era tratada.

Sin embargo, con el tiempo surgieron las leproserías, lugares en los que monjes o monjas atendían a los enfermos, destacando las que eran administradas por la orden de San Lázaro.

Tratamientos medievales para la lepra

El desconocimiento ante esta enfermedad, dio lugar al desarrollo de todo tipo de tratamientos que mezclaban la magia y la ciencia.

Lo más común era realizar sangrías, cauterizar las heridas y practicar incisiones en las venas para extraer la sangre contaminada (flebotomía).

Junto a estos, existían otros tratamientos redactados por el médico Jordanus de Turre en su obra "Tratado de los signos y tratamiento de los leprosos" (S.XIV). Como por ejemplo, la realización de ungüentos con la sangre del enfermo, con la sangre de gente sana o con carne de serpiente y aplicarlos sobre las heridas.

Muchos de estos tratamientos, no eran utilizados por todos los médicos por motivos de higiene.

Finalmente, en torno al 1400 la epidemia de lepra que se vivió en la Europa del S.XIII y XIV, fue disminuyendo. Aun así, siguió los estigmas y el miedo que se generaron a su alrededor siguieron perviviendo.