Joaquín sorolla quizás sea uno de los pintores españoles más reconocidos tras Velázquez (al que admiró) y Goya. Es fácil que al escuchar su nombre visualicemos la imagen de unas mujeres vestidas de blanco paseando a la orilla del mar, con el viento agitando sus ropas y sombreros.

Sorolla una vocación temprana

Sorolla quedó huérfano a los dos años y fue recogido junto con su hermana por unos tíos. Pronto quedó claro que quería ser pintor, era vocación y pasión y a ello dedicó su vida. De niño conoció a Clotilde, después trabajaría en casa de su padre el fotógrafo Antonio García, para el que coloreaba las fotografías, pocos años después se casaron y juntos tendrían tres hijos.

Sorolla un pintor de éxito

El primer año vivieron en Italia, Sorolla se convirtió pronto en un pintor de éxito, viajó por Europa, expuso en París, en 1909 organizó una exposición en Nueva York con mucha aceptación y recibió un encargo de la “Hispanic Society” para que hiciera 14 murales representando a las regiones de España, cada uno medía 70 metros de largo por 3,5 de alto. Durante todo el año 1912 estuvo recorriendo las regiones españolas para tomar apuntes y elaborar los bocetos. La realización del encargo abarcaría los años 1913- 1919.

Sorolla y la luz

Sorolla fue un pintor muy prolífico, dejó catalogadas más de 2200 obras. No olvidemos que, a principios del siglo XX, los avances de la ciencia sobre la comprensión del fenómeno de la luz, influyeron en el bienestar social y sobre todo en el Arte.

Sorolla se sintió fascinado por la luz, toda su obra es una experimentación continua para captarla, los contraluces, las luces filtradas y salpicadas, las penumbras luminosas. La luz se convierte en algo tangible en sus cuadros.

Su estilo impresionista es fácilmente reconocible, gracias a sus colores suaves y luminosos y a sus temas que reflejan el mar, la playa, las vacaciones.

Sorolla pintaba al aire libre, es llamado el pintor de la luz porque es capaz como nadie de reflejar ésta en sus cuadros, sus blancos parecen salirse del lienzo haciendo que el espectador se adentre en ellos. Su pincelada suelta y empastada aporta infinidad de matices. Sus llamadas “Notas de color” son pequeños cuadros que el pintor realizaba para “soltar la mano”, muchas veces vemos en ellas el afán experimentador de Sorolla.

Sorolla el pintor feliz

Sorolla es quizás todo lo opuesto a la idea del pintor maldito, sus cuadros traducen no solo su amor por la Pintura Solo cuando pinto estoy bien…pero nunca como en Valencia” llegó a decir, si no también el amor por su familia.

La de Clotilde y Sorolla fue una historia de amor que contribuyó al éxito del pintor. Ella sabía hacer que mantuviera los pies en la tierra y él sabía que su vida eran Clotilde y la pintura.

Por eso ella fue siempre su musa, a la que vemos protagonizar sus cuadros con los vestidos que él le traía de sus múltiples viajes y que ella llevaba con esa elegancia innata y ese saber estar que también heredaron sus hijas.

Gracias a Clotilde, que guardó todas las cartas que Sorolla le escribió, conocemos la profundidad de sus sentimientos, leer su epistolario es adentrarse en la intimidad de una pareja que se amaba de un modo tierno y profundo.

Pero, Clotilde también guardó los listados de las exposiciones y todos los documentos relacionados con la obra de Sorolla, y fue ella quien dejó en su testamento la petición de que la casa que compartieron se convirtiera en un museo a la memoria de su marido, donando al estado los fondos necesarios.

Clotilde supo mantenerse en un segundo plano sin renunciar a su personalidad.

Sorolla fue también el retratista de la intelectualidad de la época, Santiago Ramón Y Cajal, Benito Pérez Galdós, Antonio Machado o Vicente Blasco Ibáñez fueron algunos de los que posaron para el pintor, este último dejó dicho del arte de Sorollaaquello no es pintar, es robar a la naturaleza la luz y los colores”.

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