Tras "Memorias de un ser humano" (Hispavox, 1974), Miguel Ríos cambia de compañía y se marcha a Polydor. Allí se siente cómodo y puede dar rienda suelta a sus inquietudes artísticas.
Una siesta atómica
Por entonces se ha ido a vivir a una casa de campo fuera de la ciudad, alejado de tanto bullicio. Eso le inspira, dado que se halla ubicada cerca de la base americana Torrejón de Ardoz, para el proyecto La Huerta Atómica (Polydor, 1976), un disco de Rock progresivo y conceptual, incluso operístico, cuyo tema central es el pacifismo y el rechazo a toda la amenaza que por entonces atemorizaba a un amplio sector de la sociedad: La posibilidad de una guerra atómica que devastara el mundo.
Cuenta la historia de una persona que vive en una huerta cerca de una base nuclear. Cae una bomba cerca de ella, pero él sobrevive y presencia todo el horror espectral que ha provocado la explosión atómica. El protagonista vive una pesadilla en la que finalmente decide sacrificarse con la esperanza de que una nueva sociedad surja libre de tanta maldad. Entonces se despierta, y se da cuenta de que todo ha sido un sueño, así que decide marcharse de la huerta cuando se escucha por la radio de que ha estallado la guerra nuclear y una nueva explosión, esta de verdad, arrasa con todo.
Hasta ahora el artista no se había embarcado en un proyecto de tal envergadura, arriesgado y difícil para los oídos.
Es un disco que hay que escuchar sin prejuicios, sabiendo que va a oír un disco singular en la carrera del artista, muy diferente a lo que estamos acostumbrados de él.
Consecuencia quizás de la época que estaba viviendo, Miguel Ríos con este disco, alcanza una primera madurez artística.
En la primera cara del disco, mucho más accesible musicalmente, destaca Buenos días Superman (de Víctor Manuel). La cara B, quitando el primer corte, la conocida Una siesta atómica, es un tema continuo, al estilo de Tommy de The Who, en el que la historia toma forma y si bien artísticamente es lo más relevante del disco, quizás es la parte más difícil de digerir.
El LP, ni que decir tiene, fue un fracaso comercial considerable, pero lo importante es el talento inquieto de Miguel Ríos, que de pasar a cantar singles facilones para la radio, no se contenta con llevar una carrera tranquila, sino que toma conciencia de lo que le rodea y se embarca en proyectos arriesgados.
Al-Andalus
A mediados de los setenta surge en Andalucía, influenciado por lo progresivo y sobre todo por el movimiento cultural que aparece tras la muerte de Franco, el Rock Andaluz. Miguel Ríos no es ajeno a todo esto y se embarca en un nuevo proyecto discográfico, Al-andalus (Hispavox, 1977), en el que se deja influenciar por estos nuevos aires musicales. El disco contiene joyas como la canción que da título al disco y que luego daría mucho juego en directo. Es un trabajo que mejora conforme lo vas escuchando.
Otras canciones que destacan son, El cinco a las cinco, que es un homenaje a Lorca, y la canción que cierra el disco La blanca oscuridad, un nuevo ejercicio por hacer canciones partiendo de clásicos, en este caso, Recuerdos de la Alhambra.
Sin duda este es su disco granadino por excelencia, y es que, cómo siempre ha comentado, Ríos miraba al sur cada vez que se embarcaba en cualquier proyecto como si esperase su aprobación.
Una nueva gira pionera
En 1978, produce la gira, La Noche Roja, en la que participan junto a Miguel Ríos, grupos como Triana, Guadalquivir o Tequila. Una gira pionera al llevar material de sonido y de luces de Inglaterra partiendo de la idea de equipararse en calidad con los músicos de afuera.
Diez conciertos de siete horas de rock en campos de fútbol, que incluía a un grupo local de donde tocaban y que fueron un éxito económico para el granadino, que le permitiría seguir embarcándose en más proyectos futuros.