El Arte es un sistema de comunicación cuya esencia es la creatividad. La historia del arte puede abordarse como una infinita conversación en la que los artistas se relacionan entre sí. Lo hermoso es que desaparecen las barreras del tiempo y el espacio, dando lugar a una comunicación fluida, la mayor parte de las veces, en la que el arte progresa y llega a encontrar nuevas soluciones e ideas.

Actualmente los museos organizan exposiciones en las que el diálogo entre dos artistas puede hacerse patente, permitiéndonos apreciar las múltiples influencias y los matices de la conversación que se establece entre ellos.

Es el caso de la exposición que podemos disfrutar hasta el próximo 21 de enero de 2018 en el Museo Thyssen-Bornemisza de Madrid.

Exposición Picasso/Lautrec

Comisariada por Francisco Calvo Serraller, que es catedrático de Historia del Arte de la Universidad Complutense de Madrid y Paloma Alarcó, jefe de conservación de Pintura Moderna del Museo Nacional Thyssen-Bornemisza, la exposición Picasso/Lautrec confronta por primera vez unas 100 obras de ambos artistas, procedentes de 60 colecciones de todo el mundo, tanto públicas como privadas.

Ambos son considerados como dos de los grandes artistas de la modernidad, Lautrec aportó una mirada nueva, con sus obras nos mostró los elementos marginales de la sociedad de su tiempo, aportando una mirada lúcida más allá de la pacata mentalidad burguesa.

Picasso, no llegó a conocer en persona a un Lautrec al que admiraba, pero su obra ejerció una fuerte influencia en el que llegó a ser considerado como el artista de la Modernidad, con mayúsculas.

Puntos de unión entre dos grandes artistas

La confrontación de sus obras por primera vez en esta exposición, nos permite apreciar no solo el diálogo que se estableció entre ellos a través de su trabajo, sino su propia evolución personal y yendo más allá, la evolución de todo el arte moderno, desde esa modernidad que comienza a finales del S.

XVIII con el impresionismo hasta la actualidad.

Ambos tenían intereses comunes, el mundo de la noche con sus cafés, teatros y cabarets, los seres marginales que se mueven como pez en el agua en esa oscuridad, ahora a principios del s.XX iluminada suavemente con una electricidad que habita también los cuadros de Lautrec. El mundo del circo, siempre mágico y marginal, y el de los burdeles con su carga de carnalidad.

Grandes dibujantes, los dos jugaban con la caricatura, tanto Picasso como Lautrec, sabían buscar ese trazo exacto que define al personaje, de manera que la línea se convierte en el mecanismo que nos muestra el pensamiento y la expresión. Siguiendo este hilo de intereses comunes la exposición se divide en cinco apartados temáticos bajo los títulos: Bohemios, Bajos fondos, vagabundos, Ellas y Eros recóndito.

Influencias comunes

Cuando llegó a Montmartre, donde se instaló allá por 1884, Henry Toulouse Lautrec (Albi, 24 de noviembre de 1864 - Château Malromé, Saint-André-du-Bois, 9 de septiembre de 1901), descubrió un mundo artístico nuevo, más allá de la tradición en la que se había educado. Convivió con los pintores impresionistas que ejercieron un fuerte influjo sobre él, incluso convivió en el mismo edificio que Van Gogh.

Pero realmente el que más le sedujo fue un Degas al que admiraba, la temática de las bailarinas, las figuras y el movimiento marcarán su obra para siempre. Pero podemos indagar más y reconocer la influencia del colorido del Gauguin, de la pincelada suelta de Manet, del dibujo de Ingres y sus cuadros de colores planos y toque exótico, del expresionismo de Goya y como no de la obra del Greco redescubierto a finales del s. XIX.

Tanto Picasso como Lautrec beben del uso irracional del espacio del Greco, de su uso arbitrario de los colores, del refinamiento de sus figuras, de su misticismo… Picasso (Málaga, 25 de octubre de 1881-Mougins, 8 de abril de 1973), antes de viajar por primera vez a París con 20 años, ya conocía a Lautrec, a través de sus conversaciones con Isidro Nonell y Ramón Casas en la taberna “Els Quatre Cats” de Barcelona y pos las ilustraciones de las revistas que llegaban desde París y en las que colaboraba un Toulouse Lautrec tan prolífico como pudo ser el propio Picasso.

Picasso tenía una facilidad extrema para absorber la esencia del arte, de una sola mirada se apropiaba de la obra de cualquier compañero y la reabsorbía convirtiéndola en suya. Lautrec pintó como nadie el dolor y el vicio que fue su propia esencia.

Ahora en el Thyssen podemos ver confrontadas cara a cara la obra del artista más superdotado de la modernidad y del más aristocrático y mundano habitante de Montmartre.

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