Cuando los antiguos miraban al cielo nocturno contemplaban un mar repleto de perlas incandescentes que no sabían cómo habían llegado. Pero lo más curioso de todo esto…era como se agrupaban y danzaban al son de una melodía silenciosa y antigua. A esta danza la conocemos hoy en día como las Constelaciones. Sin embargo, había un elemento más en el cielo que, por lo que fuera, llamaba la atención de todos los que estudiaban el Cosmos. Un haz blanquecino de luz que cruza el cielo nocturno, como si fuera una hiedra trepadora cuyas hojas son las estrellas que ascienden por el firmamento.

¿De dónde salió esto? -se preguntaron los griegos- pero nadie sabía la respuesta. Es aquí donde entra la religión, pues como todas las religiones habidas y por haber, son creaciones humanas en respuesta a los misterios del mundo. Los dioses griegos son seres divinos que albergan en su ser las mismas tribulaciones que los mortales. Por ese motivo, explicar el mundo en base a unos dioses más humanos que divinos resultaba una tarea más sencilla.

La Vía Láctea

Existe dentro de la Mitología griega una historia de cómo surge la Vía Láctea, nuestra galaxia. Una espiral celestial compuesta por cerca de 400.000 estrellas es lo que vemos al caer la noche. Hace que a uno le surjan pensamientos turbadores sobre la inmensidad del espacio y lo insignificantes que somos en comparación ante tal abismo.

Esta nube de estrellas fue estudiada por el astrónomo griego Demócrito (460 a. C.- 370 a. C.). Demócrito sugirió que esa masa blanca en el cielo era en realidad una amalgama de estrellas demasiado tenues individualmente como para ser reconocidas a simple vista. Su hipótesis fue corrobora en 1609 cuando el astrónomo italiano Galileo Galilei utilizó su telescopio y constató que Demócrito estaba en lo cierto, ya que a donde quiera que mirase, se apreciaba una alta densidad de estrellas.

El mito

Como siempre sucede con la Antigüedad Clásica, sus mitos han sido tan bellos e inspiradores que en nuestro mundo industrializado y científico aún siguen siendo apreciados.

“Alcmena era un joven tan sumamente hermosa que los rumores de su atractivo llegaron hasta el Olimpo, despertando en Zeus un deseo irrefrenable de yacer con ella.

Zeus, adoptó la forma de Anfitrión el esposo de Alcmena, pudiendo así acostarse con ella y dejándola en cinta.

Zeus estaba entusiasmado por este hijo que iba a tener, “su favorito” llegó a decir. Estas palabras se tornaron cuchillos para Hera que se sintió humillada. Tenía que actuar, tenía que impedir que ese bastardo naciera… alteró pues el embarazo alargando su final y durante 10 meses Alcmena llevó al hijo de Zeus en su vientre.

10 meses más tarde nacería el más fuerte de entre todos los hombres, Heracles (Hércules según la Mitología romana). Este hijo fruto de una relación entre Zeus y una mujer mortal, solo sirvió para acrecentar la ira de Hera. ¡Pues bonita era Hera cuando se enfadaba! La diosa envió a dos serpientes cuyo fin era envenenar y provocar la muerte del neonato. Sin embargo el plan fracasó, pues Hera parecía haber olvidado que este niño era hijo de Zeus y con una fuerza sobrehumana el infante estranguló a las serpientes. Ante tal fracaso, Hera cejó en su intento de terminar con la vida del pobre niño.

Tiempo después, Hermes “el heraldo de los dioses”, por mandato expreso de Zeus recogió al niño Heracles y lo llevó ante la mismísima Hera.

El plan era sencillo: cuando la diosa durmiera, Hermes acercaría a sus sagrados pechos al semidiós, a fin de que mamase la leche divina de Hera y obtuviese así la divinidad que le faltaba. El plan, en principio, no tenía fallas y así lo llevó a cabo. Sin embargo todo se fue al traste cuando los labios del bebe succionaron un pezón de Hera. El dolor fue colosal, jamás había sentido tanto dolor, ¿qué estaba sucediendo? -se preguntó Hera. Tan solo tuvo que abrir los ojos para ver al causante de su dolor, Heracles. ¡Hera entró en cólera y dando un manotazo apartó a Heracles de su seno dolorido! pero tal fue la fuerza del chupetón que dio el niño, que un chorretón de leche salió disparado por el universo dando lugar a la Vía Láctea.”

Así es como los antiguos comprendían el mundo: como una mezcla de realismo y de fantasía.